Feminismo y ecologismo están llamados a enriquecerse mutuamente. Su papel será fundamental en el siglo XXI. Como han señalado conferencias mundiales de la ONU y numerosas ONGs, las mujeres se cuentan entre las primeras víctimas del deterioro medioambiental pero también participan como protagonistas en la defensa de la Naturaleza. El ecofeminismo es el pensamiento y la praxis que aborda esta cuestión en su doble vertiente.
Las catástrofes mal llamadas “naturales” no afectan ya solamente zonas geográficas tradicionalmente conocidas por sus fenómenos climáticos extremos, azotadas por huracanes, inundaciones o sequías. Ahora hay tormentas tropicales en Nueva York. Hoy, las cuatro estaciones de los climas templados se ven alteradas en todo el mundo. Países desarrollados y núcleos del poder económico y político mundial están experimentando también -esperemos que sirva para despertar conciencias- la cara perversa de su enriquecimiento insostenible. En algunas zonas rurales de los países empobrecidos, se está dando un fuerte activismo ecologista impulsado por otro modelo de lo que es la calidad de vida y, sobre todo, por la desesperación de quien todo lo pierde: sus tierras, su cultura y hasta su vida. La resistencia heroica de la población indígena y campesina a los proyectos extractivistas de megaminería y de monocultivos transgénicos es hoy una referencia para el ecologismo.
Estamos asistiendo a la crónica de una muerte anunciada: la de la Naturaleza [1]. Los medios de comunicación siguen hablando de “desastres naturales" y tratando de acompañar siempre tales noticias con alguna referencia a fenómenos similares ocurridos en un pasado remoto, cuestión de que no sean entendidos como manifestaciones de un peligroso cambio climático global generado por un modelo tecno-económico irresponsable. No cabe duda de que vivimos lo que Ulrich Beck llamó, hace ya bastante tiempo, "la sociedad del riesgo". Cuanta más información poseemos sobre los alimentos que consumimos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y hasta el sol que tomamos, mayor inseguridad sentimos (contaminación, pesticidas, agujero de ozono, conservantes... la lista es muy larga). Hoy en día, sólo la ignorancia o la adopción de una actitud tecno-entusiasta ciega pueden llevarnos a mirar hacia otro lado cuando los signos de peligro son tan claros. O quizás se trate de un deseo inconsciente y generalizado de no querer saber fomentado por el inmenso montaje escenográfico de la sociedad de consumo. Para mucha gente, demasiada todavía, el ecologismo sigue siendo el convidado de piedra, un aguafiestas, un enemigo...
El movimiento ecologista es deudor de una nueva disciplina, la ecología, que nos ha enseñado a pensar en términos de ecosistema y de interdependencia. El ecologismo inició su andadura como movimiento organizado en los países industrializados, en aquellos en que la población, o al menos su juventud más ilustrada, se había cansado del espejismo hedonista contemporáneo que prometía la felicidad a través de la acumulación de un sinfín de objetos materiales. Diversos informes científicos dieron la voz de alarma sobre los nuevos peligros medioambientales, allá por los años sesenta. El avance del movimiento ecologista es lento, pero está asegurado por la evolución misma de las cosas, por la tozuda realidad que llama cada vez más frecuente y contundentemente a nuestras puertas.
El feminismo es un movimiento con una historia mucho más extensa que el ecologismo. Recordar sus orígenes como filosofía nos lleva a los siglos XVII y XVIII, a las ideas de igualdad de todos los seres humanos que preparaban el ambiente cultural que desembocaría más tarde en la abolición de los privilegios de los nobles [2] . Evocar su desarrollo como movimiento social nos remite al sufragismo surgido de la lucha por la abolición de la esclavitud en el siglo XIX. Una parte de las mujeres y de los hombres que denunciaban el racismo legitimador de la esclavitud comprendió la necesidad de enfrentarse también a los prejuicios sexistas y reivindicar la igualdad de derechos para las mujeres. Tras décadas de mobilización, el sufragismo conseguirá, entre otros logros, el voto femenino y el acceso de las mujeres a la educación superior. En la segunda mitad del siglo XX, el feminismo volverá a resurgir con nuevas reivindicaciones, entre las que destacan los derechos sexuales y reproductivos y la conquista de una igualdad efectiva, más allá de aquel primer paso que consistía en reclamar la igualdad ante la ley.
Al comienzo de estas líneas he sostenido que feminismo y ecologismo serán dos movimientos sociales fundamentales para el siglo XXI. ¿En qué baso mi afirmación? En el caso del primero, porque es muy difícil detener a un colectivo que ha llegado a la autoconciencia y se ha esforzado por adquirir la formación necesaria para salir de su antigua exclusión. A lo sumo se puede retrasar la llegada a las metas emancipatorias con diversas estrategias pero no impedirla; en el del segundo, por la cada vez más evidente insostenibilidad del modelo de desarrollo tecno-económico.
Ahora bien, de la futura coexistencia triunfal de feminismo y ecologismo no se deduce, a primera vista, al menos, que deba existir entre ellos una relación particular. Sin embargo, una reflexión más detenida sobre la cuestión nos muestra al menos dos grandes formas en que se plantea la necesidad del diálogo. La primera de estas formas es la más superficial, pragmática y fácil de comprender. Se trata, en realidad, de una negociación preventiva: ¿Qué papel se reserva a las mujeres en la futura sociedad de desarrollo sustentable? Gran parte de la emancipación femenina se ha apoyado en la industrialización, por ejemplo, en los artículos envasados o de "usar y tirar", nefastos para el medio ambiente. ¿Cómo organizaremos la infraestructura cotidiana sin sacrificar los todavía inciertos márgenes de libertad de las mujeres? Algunas experiencias de las militantes de partidos y organizaciones ecologistas en diversos países muestran que subsisten, como en el resto de la sociedad, fuertes inercias patriarcales. El ecologismo no es siempre feminista. Incluso hay alguna corriente ecologista que ha tomado posiciones abiertamente antifeministas [3]. A su vez, por lo general, el feminismo no muestra gran sensibilidad ecologista. Feminismo y ecologismo son todavía, en gran medida, dos mundos que viven de espaldas pero que en el futuro están destinados a tratarse y, probablemente, a realizar pactos de apoyo mutuo.
Si lo anterior se refiere a las necesidades futuras, hay otras razones actuales para que el feminismo se interese por la ecología. Si el feminismo quiere mantener su vocación internacionalista, deberá pensar también en términos ecologistas ya que las mujeres pobres del llamado “Sur” son las primeras víctimas de la destrucción del medio natural llevada a cabo para producir objetos suntuarios que se venden en el Primer Mundo. El nivel de vida de los países ricos no es exportable a todo el planeta. Los recursos naturales son consumidos sin atender a la posibilidad o imposibilidad de su renovación. El expolio no tiene límites en aquellos países en los que la población carece de poder político y económico para hacer frente a la destrucción de su medio natural. Así, por ejemplo, los elegantes muebles de teca que proliferan hoy en las tiendas de decoración europeas son, por lo general, lo que queda de los bosques indonesios, sistemáticamente arrasados. Las mujeres rurales indias o africanas que viven en una economía de subsistencia han visto su calidad de vida disminuir trágicamente con la llegada de la explotación "racional" dirigida al mercado internacional. Si antes disponían de leña junto al pueblo, ahora deben caminar kilómetros para encontrarla. Esa es la modernización que les llega. Si en nombre de la justicia deseamos que nuestra calidad de vida se extienda a toda la humanidad, esta calidad debe cambiar y hacerse sustentable. Si la población china tuviera acceso a los automóviles como la occidental, la atmósfera de la Tierra sería irrespirable. Hay límites físicos, estudiados por la ciencia de la ecología, que imponen un rumbo ecologista a nuestro modelo civilizatorio.
El ecofeminismo atiende a éstas y otras cuestiones. No hay un solo ecofeminismo. Se ha llegado incluso a decir que hay tantos ecofeminismos como teóricas ecofeministas. Dada la novedad de sus planteamientos y por ser una de las formas más recientes del feminismo, suele ser mal conocido y, a menudo, rechazado injustamente en bloque bajo el calificativo de "esencialista". En este breve trabajo, intentaré distinguir esquemáticamente tipos de ecofeminismo, plantearé lo que considero sus problemas y terminaré señalando lo que es más prometedor para afrontar el incierto futuro del siglo XXI.
La antigua identificación de Mujer y Naturaleza y el surgimiento del ecofeminismo
El feminismo había mostrado que uno de los mecanismos de legitimación del patriarcado era la naturalización de La Mujer. En El Segundo Sexo (1949), Simone de Beauvoir denuncia la exclusión de las mujeres del mundo de lo público realizada a través de la conceptualización de la Mujer como Alteridad, como Naturaleza, como Vida Cíclica casi inconsciente, por parte del Hombre (Varón) que se reservaba los beneficios de la civilización. Recordemos, por ejemplo, que, en la obra de Hegel, la Mujer es presentada como un ser más próxima a formas de vida consideradas inferiores -animales o vegetales- al Hombre. Este no es el único caso en la Historia de la Filosofía.
El famoso "no se nace mujer, se llega a serlo" beauvoireano [4] es una denuncia del carácter cultural, construido, de los estereotipos femeninos y, al mismo tiempo, un alegato en favor del reconocimiento del derecho de las mujeres, en tanto seres humanos portadores de un proyecto existencial, a acceder al mundo de la Cultura del que fuimos injustamente excluidas. Los feminismos liberal, socialista y radical de principios de los años setenta del siglo XX recogerán esta reivindicación consiguiendo romper, al menos en gran parte, la prisión doméstica en la que se hallaban encerradas las mujeres de la época.
Parte del feminismo radical [5] desarrollará una saludable desconfianza hacia los discursos de los expertos y las soluciones que hoy llamaríamos “tecnoentusiastas”. Buscará una ginecología alternativa frente a los tratamientos invasivos de médicos y grandes laboratorios farmacéuticos. Podemos hacernos una idea de la importancia de los resultados de esta búsqueda de los grupos de autoayuda por su eco en una obra de referencia muy conocida y que aconsejo a quienes aún no se hayan servido de ella: el manual de ginecología alternativa del Colectivo de Mujeres de Boston: Nuestros cuerpos, nuestras vidas [6] Ante la manipulación creciente del cuerpo de las mujeres, las feministas radicales denunciaron los efectos secundarios para la salud de unos anticonceptivos dirigidos a la satisfacción masculina de la androcéntrica "liberación sexual". Lo hacían desde posiciones que nada tenían que ver con el conservadurismo que también rechazaba la contracepción química. Más recientemente, sus advertencias se han dirigido a un fenómeno nuevo: la terapia hormonal sustitutoria para la menopausia, nuevo filón de las multinacionales farmacéuticas.
Al hilo de esta crítica a la ciencia y la técnica, hacia finales de los setenta, algunos grupos del feminismo radical reconsideran la oposición Naturaleza/Cultura, recuperando la antigua identificación patriarcal de Mujer y Naturaleza para darle un nuevo significado. Invierten la valoración de este par conceptual que en los pensadores tradicionales servía para sostener la inferioridad de la Mujer. Afirman estas feministas radicales que la Cultura masculina, obsesionada por el poder, nos ha conducido a guerras suicidas y al envenenamiento de la tierra, el agua y el aire. La Mujer, más próxima a la Naturaleza, es la esperanza de conservación de la Vida. La ética del cuidado femenina (de la protección de los seres vivos) se opone, así, a la esencia agresiva de la masculinidad.
El ecofeminismo “clásico”
Aunque las primeras autoras ecofeministas no pueden ser resumidas en una sola línea ni un único centro de interés, puede decirse que la preocupación por la salud y por recuperar el control del propio cuerpo fue un elemento central del primer ecofeminismo y explica el título de una de sus obras inspiradoras: Gyn/Ecology (1978) de Mary Daly. De formación teológica, M. Daly se dedica a analizar los mitos llegando a la certera conclusión de que la única religión que prevalece en todas partes es el culto al patriarcado. Propone desarrollar una conciencia "ginocéntrica" y "biofílica" de resistencia frente a la civilización "falotécnica" y "necrofílica" dominante. Llama a desarrollar una cultura femenina separada de la de los hombres. De ahí que recibiera el nombre de “feminismo cultural”.
El ecofeminismo esencialista hoy recibe el apelativo de "clásico". Es un feminismo de la diferencia que afirma que hombres y mujeres expresan esencias opuestas: las mujeres se caracterizarían por un erotismo no agresivo e igualitarista y por aptitudes maternales que las predispondrían al pacifismo y a la preservación de la Naturaleza. En cambio, los varones se verían naturalmente abocados a empresas competitivas y destructivas. Este biologicismo suscitó fuertes críticas dentro del feminismo, acusándosele de demonizar al varón.
El nombre de ecofeminismo también remite a formas de espiritualidad popular propias de la New Age en la América del Norte de la misma época. Los rituales de la Diosa Tierra buscaron reemplazar al Dios Padre celestial separado de la Naturaleza. Figuras como la de Z. Budapest o Starhawk han creado ritos neopaganos con numerosos seguidores que festejan la energía y la fertilidad de la Tierra.
Bien por su carácter místico-popular, bien por su propuesta de separatismo lésbico o por la ingenuidad epistemológica de su esencialismo, el primer ecofeminismo fue un blanco fácil de las críticas de los sectores feministas mayoritarios carentes de sensibilidad ecológica. Actualmente, todavía, se suele asociar el nombre de ecofeminismo únicamente a estas primeras formas del movimiento y de la teoría y se conoce poco las tendencias constructivistas más recientes.
La aparición del ecofeminismo postcolonial
A mediados de los ochenta, con la publicación de Staying alive,obra traducida al español con el título de Abrazar la vida, se produce un fenómeno nuevo: la teoría feminista llega al Norte desde el Sur. La física nuclear y filósofa de la India Vandana Shiva, autora del libro, se halla vinculada a las tendencias místicas del primer ecofeminismo pero rechaza su demonización de los hombres. Deudora del pensamiento de Gandhi, subraya que este filósofo, siendo varón, había desarrollado la idea de no violencia creativa. Para Shiva, el enemigo no es el varón, sino el capitalismo patriarcal del colonizador. Combinando las aportaciones de historiadoras feministas de la ciencia como Evelyn Fox Keller o Carolyn Merchant con su propia tradición filosófico-religiosa, V. Shiva realiza una seria crítica al desarrollo técnico occidental que ha colonizado el mundo entero. Con gran lucidez, observa que se llama “desarrollo” a lo que no es más que un “mal desarrollo” que genera desigualdad y violencia contra la naturaleza. El mal desarrollo se caracterizaría, a su juicio, por los postulados patriarcales modernos de homogeneidad, dominación y centralización [7]. En efecto, la desaparición de la biodiversidad y de la diversidad cultural son procesos estrechamente vinculados. La denuncia de V. Shiva se ha centrado en la llamada “revolución verde” de mediados del siglo XX (introducción de la agricultura industrial a través de créditos para comprar semillas y agrotóxicos en naciones como la India) y actualmente la globalización neoliberal, la biopiratería y la dependencia creciente de los agricultores y de los gobiernos a las multinacionales de los transgénicos.
Tempranamente, gracias a V. Shiva, hemos podido saber de la existencia del movimiento de mujeres Chipko. Shiva nos contó tempranamente lo que los medios de comunicación todavía suelen silenciar: existen movimientos exitosos de resistencia al "mal desarrollo". Uno de los primeros fue el de las mujeres Chipko. Basándose en los principios de no violencia creativa de Gandhi, las mujeres rurales Chipko, en nombre del principio femenino de la Naturaleza de la cosmología de la India, consiguieron detener la deforestación total del Himalaya turnándose en la vigilancia de la zona y atándose a los árboles cuando iban a talarlos. Enfrentándose a sus maridos, dispuestos a vender los bosques comunales, las mujeres Chipko adquirieron conciencia de grupo y posteriormente continuaron luchando contra la violencia doméstica y por la participación política. En la estela de este legado, V. Shiva nos ha hablado también, más recientemente, del movimiento de mujeres de Plachimada, que a través de la dharna (sentada) obtuvieron una sentencia judicial que reconocía los derechos comunitarios sobre el agua frente a la explotación devastadora de las multinacionales [8].
El pensamiento de V. Shiva fue acusado de esencialismo debido a pasajes de su obra que parecían indicar una relación ontológica entre mujer y Naturaleza a través del “principio femenino”: “En la India, la mujer está íntimamente integrada a la naturaleza, tanto en la imaginación como en la práctica. En un nivel, la naturaleza es simbolizada como la encarnación del principio femenino y, en el otro, es alimentada por lo femenino para producir vida y proporcionar los medios de subsistencia” [9]. La crítica más conocida ha sido la realizada por Bina Agarwal desde posiciones constructivistas, es decir, teorías que no apelan a esencias sino a construcciones culturales que generarían identidades diferenciadas. Economista de formación, originaria de la India como Vandana Shiva, critica la teoría de ésta que atribuye la actividad protectora de la Naturaleza de las mujeres de su país al principio femenino de su cosmología. Para Agarwal, el lazo que ciertas mujeres sienten con la Naturaleza tiene su origen en sus responsabilidades de género en la economía familiar. Piensan holísticamente y en términos de interacción y prioridad comunitaria por la realidad material en la que se hallan. No son las características afectivas o cognitivas propias de su sexo sino su interacción con el medio ambiente (cuidado del huerto, recogida de leña) lo que favorece su conciencia ecológica. Observa Agarwal que la interacción con el medio ambiente y la correspondiente sensibilidad o falta de sensibilidad ecologista generada por ésta dependen de la división sexual del trabajo y de la distribución del poder y de la propiedad según las divisiones de clase, género, raza y casta.
Vandana Shiva se ha defendido de esas críticas y ha tratado de evitar conceptos que pudieran ser interpretados como esencialistas. En los últimos años y frente a una auténtica emergencia planetaria, ha preferido centrarse en la lucha contra las semillas transgénicas. Sus referencias a las mujeres se limitan a las tareas que desarrollan en el campo. Sin embargo, el ecologismo conservador que recientemente ha lanzado una auténtica cruzada a favor del retorno de las mujeres al mundo doméstico y contra el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo traslada las afirmaciones de V. Shiva sobre la agricultura al terreno de la reproducción humana afirmando que las sociedades contemporáneas se caracterizarían por el culto a la muerte [10]. El silencio de esta autora con respecto a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, su concepto de “santidad de la vida” y su insistencia en no pedir la igualdad sino el respeto a la diferencia hacen posible esta transposición.
Ecofeminismo espiritualista de América Latina
En la estela cristiana emancipatoria dejada por la Teología de la Liberación en América Latina, se viene elaborando desde hace más de veinte años una reflexión teológica ecofeminista [11]. El Colectivo Con-Spirando (juego de palabras que alude a respirar juntas y conspirar frente al poder patriarcal) reúne mujeres de Chile, Brasil, México, Uruguay, Bolivia, Argentina, Perú y Venezuela. La teóloga brasileña Yvone Gevara nos recuerda que, hoy en día, la justicia social implica ecojusticia. Este ecofeminismo latinoamericano se caracteriza por su interés en las mujeres pobres, su defensa de los indígenas, víctimas de la destrucción de la Naturaleza, y su crítica a la discriminación de la mujer en las estructuras de autoridad religiosa. Llama a abandonar la imagen patriarcal de Dios como dominador, el dualismo de la antropología cristiana tradicional (cuerpo/espíritu) y la misoginia que ha llevado a demonizar el cuerpo femenino. La trascendencia ya no estará basada en el desprecio de la materia sino que se definirá como inmersión en el misterio de la vida, pertenencia a un todo que nos trasciende. Será concebida como "experiencia de la belleza, de la grandiosidad de la naturaleza, de sus relaciones y de su interdependencia" [12]. En esta teología feminista latinoamericana, el ecofeminismo es una postura política crítica de la dominación, una lucha antisexista, antirracista, antielitista y profundamente enraizada en una comprensión holista de la Naturaleza. Sus representantes reclaman los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, formando parte del grupo Católicas por el Derecho a Decidir que defiende la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Recordemos que esta última se halla prohibida en casi todos los países de América Latina y que miles de mujeres pobres mueren cada año como consecuencia de los abortos clandestinos.
Como en todo movimiento o pensamiento no sometido a restricciones doctrinarias, existe variedad y libertad de posiciones en el pensamiento y la praxis ecofeminista de Con-Spirando. Mientras que teólogas como Ivone Gebara asumen posiciones teóricas constructivistas, algunas artistas y participantes del movimiento se decantan por evocaciones más cercanas al esencialismo. Por otra parte, en los últimos años, puede advertirse un interés creciente por las cosmologías de los pueblos originarios de América Latina o Abya Yala (Tierra fértil). La cosmovisión relacionada con la figura de la Pachamama y el concepto de sumak kausay (vida buena) frente al productivismo extractivista atraen actualmente la atención de las pensadoras y activistas de este ecofeminismo.
Ecofeminismo en la Filosofía
A partir de los años noventa del siglo XX, el planteamiento ecofeminista entra con pie firme en el ámbito de la reflexión filosófica [13]. La filósofa australiana Val Plumwood (1939-2008) constituye un buen ejemplo de la posición constructivista que caracteriza el pensamiento ecofeminista en este ámbito ya que ha insistido en el carácter histórico, construido, de la racionalidad dominadora patriarcal, alejándose así de los planteamientos esencialistas. Plumwood sostiene que la superación de los dualismos jerarquizados Naturaleza/Cultura, Mujer/Hombre, Cuerpo/Mente, Afectividad/Racionalidad, Materia/Espíritu exige un análisis deconstructivo, por lo que examina la historia de la filosofía occidental desde sus inicios en la Grecia clásica como la construcción de un yo masculino dominador, hiperseparado de su propio cuerpo, de sus afectos, de las mujeres, de los demás seres vivos y de la Tierra que lo sustenta. Esta visión irreal de la propia identidad humana, utilizada como legitimación del dominio, habría conducido a la civilización destructiva actual [14]. Pero no es una esencia ligada a la biología del sexo masculino, sino un fenómeno histórico, una construcción.
Algunas pensadoras, para diferenciarse de las “clásicas”, han preferido denominar su posición como Ecological Feminism. Es el caso de Karen Warren, filósofa estadounidense coordinadora de importantes compilaciones de Ecological Feminism que, en un artículo muy conocido titulado “El poder y la promesa de un feminismo ecológico”, llama a “un cambio en la actitud desde la percepción arrogante hacia la percepción afectiva del mundo no humano” [15].
Otras, a pesar de asumir igualmente una visión constructivista, han preferido conservar el término ecofeminismo. Esta ha sido mi elección al elaborar una teoría ecofeminista desde las coordenadas feministas de mi propio contexto cultural y vital. He llamado a mi posición ecofeminismo crítico, en referencia a la necesidad de reconocer y afirmar, pero también revisar críticamente, el legado ilustrado de crítica al prejuicio y de igualdad y autonomía de las mujeres. He dado a estos principios un carácter vertebrador junto con una conceptualización nominalista del género, un diálogo intercultural con especial atención a las culturas latinoamericanas, la aceptación prudente de la ciencia y la técnica, la universalización de las virtudes del cuidado aplicadas a los humanos y al resto de la Naturaleza y una ética de la justicia y la compasión frente a la radical finitud del mundo [16].
El problema de la praxis
El ecofeminismo clásico inspiró a numerosos grupos feministas pacifistas que participaron en acciones exitosas como la del cierre de la base de misiles atómicos de Greenham Common. La mística diferencialista se manifestó apta para movilizaciones de gran impacto en las que se utilizaron los elementos del mundo tradicional femenino con maestría política. Por ejemplo, se tejieron redes que simbolizaban las labores femeninas y la interconexión de las distintas formas de la vida en torno a las entradas de la citada base militar. En resumen, su debilidad teórica (esencialismo) es su fuerza práctica. Pero, podemos preguntarnos, ¿favorece al colectivo femenino la utilización de los estereotipos de género?
Es comprensible que la naturalización de la Mujer, utilizada desde tiempos remotos para la exclusión de las mujeres del mundo de la cultura suscite graves reparos en las filas feministas. ¿Decir que las mujeres estamos más cerca de la Naturaleza por nuestra capacidad materna no es volver a encerrarnos en los límites de las funciones reproductivas? Y, por otro lado, ¿la exaltación de lo inferiorizado desde posiciones de no poder es capaz de alterar los valores establecidos? ¿No estaríamos agregando un trabajo más a las oprimidas, la de ser salvadoras del ecosistema invocando su esencia?
Podría parecer a primera vista que la potencia teórica constructivista del ecofeminismo filosófico tiene el reverso de su debilidad práctica. El rechazo de la mística de la feminidad natural y la complejidad de su análisis le despojan de herramientas útiles a la hora de las movilizaciones ambientalistas. Pero tales instrumentos pueden volverse rápidamente en contra de las mujeres, como ha sucedido muchas veces en la Historia. La prueba: las llamadas actuales de cierto ecologismo [17] a que las mujeres se liberen de las ataduras del “tecnoestado”, abandonen los estudios universitarios y se dediquen en exclusiva a la tarea natural de la crianza de los hijos.
Constructivismo, pues, pero también transformación de la cultura antropocéntrica narcisista para la que el conjunto de la Naturaleza parece estar destinada exclusivamente al servicio de los humanos. Desde el constructivismo de posiciones de corte economicista como las de Agarwal, todo se reduce a tomar medidas prácticas de conservación del medio ambiente que se apoyen en el saber tradicional de las mujeres rurales, sustituir el monocultivo industrial por la diversidad de semillas autóctonas, descentralizar e impulsar la participación de los grupos desfavorecidos en la toma de decisiones. Esto es indudablemente útil y necesario pero, como ha señalado la ecofeminista alemana Barbara Holland Cunz, este tipo de críticas al ecofeminismo espiritualista ignora la aportación de éste a la conciencia contemporánea: la imagen de un diálogo horizontal, democrático, empático con la Naturaleza. Al perder esta nueva sensibilidad, tales críticas vuelven a considerar a la Naturaleza como mero "recurso" a disposición de los humanos. El mismo término "medio ambiente" expresa ese reduccionismo por el que la Naturaleza aparece como simple escenario en el que los humanos realizan sus proezas.
A mi juicio, y así lo he sostenido, no se trata de conservar celosamente la especificidad femenina de las tareas del cuidado. Hay que universalizarlas, enseñar actitudes, virtudes y prácticas del cuidado a los varones ya que todos los seres humanos podemos desarrollarlas. Y es necesario extender el cuidado humano desgenerizado a la Naturaleza no humana.
El ecofeminismo como nuevo proyecto ético y político
El ecofeminismo ofrece una alternativa a la crisis de valores de la sociedad consumista e individualista actual. Las aportaciones de dos pensamientos crítico-feminismo y ecologismo- nos dan la oportunidad de enfrentarnos al sexismo de la sociedad patriarcal al tiempo que descubrimos y denunciamos el subtexto androcéntrico de la dominación de la Naturaleza ligada al paradigma del conquistador, el guerrero y el cazador. Hay praxis ecofeminista cuando de una manera u otra avanzamos en ambos objetivos. Las formas pueden ser muy variadas y dependen del contexto y de la trayectoria vital de las personas. El activismo ecológico y decrecentista, las prácticas agroecológicas, la defensa de los animales, la creación de redes de producción, distribución y consumo ecológicas y solidarias, la lucha por los territorios y los bienes naturales, el reciclado, la educación ambiental, la difusión de ideas a través de las múltiples vías disponibles desde las redes sociales hasta la educación formal. Estas y otras pueden ser formas ecofeministas de crear una nueva cultura de la igualdad y la sostenibilidad.
Nuestra autoconciencia como especie humana ha de avanzar hacia la igualdad de mujeres y hombres en tanto partícipes no sólo de la Cultura, sino también de la Naturaleza. Esto incluye tanto el reconocimiento de las mujeres en el ámbito de la Cultura como la plena aceptación, en lo propiamente humano, de aquellos elementos despreciados y marginalizados como femeninos (los lazos afectivos, la compasión, la materia, la Naturaleza). Obtendremos, así, una visión más realista de nuestra especie como parte de un continuo de la Naturaleza y, consecuentemente, trataremos a los seres vivos no humanos con el respeto que merecen. Son muchas las formas de dominación _ de género, clase, raza, opción sexual, especie..._ que impugna el ecofeminismo al señalar sus interconexiones.
El feminismo no debe cerrarse a las nuevas preocupaciones y sensibilidades de las mujeres. El ecologismo es una de ellas. Y si creemos que el feminismo ha de plantear horizontes utópicos en el sentido etimológico de "utopía" (ou-topos, aquello que todavía no ha tenido lugar, pero puede tenerlo), podemos ver que el ecofeminismo tiene mucho que aportar en este siglo XXI en que la humanidad habrá de enfrentarse a una profunda transformación socioeconómica y cultural para alcanzar la igualdad y la ecojusticia y para, simplemente, sobrevivir.
[1] En 1981, Carolyn Merchant titulaba The Death of Nature: Woman, Ecology, and the Scientific Revolution su excelente estudio sobre la transformación de la visión de la Naturaleza en la Modernidad.
[2] Ver Alicia Puleo (ed.), La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII, Presentación de Cèlia Amorós, Barcelona, Anthropos, 1ª ed. 1993, 2ª edición 2011.
[3] Sobre las posiciones de la revista The Ecologist para España y América Latina, ver Alicia H. Puleo, “Contrarreforma patriarcal en nombre de la ecología”
[4] Tesis desarrollada por la filósofa Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo, publicado en 1949.
[5] Autodenominado “radical” no por apelar a la violencia como suele evocar actualmente este término, sino porque, etimológicamente, significa “ir a la raíz de los problemas”. ver Alicia H. Puleo, “Lo personal es político: el surgimiento del feminismo radical”, en Cèlia Amorós y Ana De Miguel (ed.), Historia de la teoría feminista, ed. Minerva, Madrid, 2005, pp.35-67.
[6] Existen varias ediciones desde los años setenta. La continua transformación de las terapias médicas y de los medicamentos, así como la evolución del mismo colectivo de personal sanitario y pacientes que elaboran el manual aconsejan consultar las más recientes. La última edición en inglés es del año 2011 (Our bodies our selves). La edición original es de los años setenta y, por lo tanto, no habla de problemas y tratamientos que surgieron con posterioridad y que son tratados en las últimas reelaboraciones. Sobre salud de las mujeres y contaminación ambiental, pueden leerse fragmentos de la última edición en este enlace
Para salud sexual y reproductiva, dietas, imagen corporal, menopausia y otros temas, consultar este otro enlace
[7] Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, trad. Instituto del Tercer Mundo de Montevideo (Uruguay), Madrid, Cuadernos inacabados 18, ed. horas y HORAS, 1995.
[8] Vandana Shiva, Manifiesto para una Democracia de la Tierra. Justicia, sostenibilidad y paz, trad. Albino Santos Mosquera, Barcelona, Paidós, 2006.
[9] Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, ed.cit, p.77.
[10] Ver el monográfico “La re-evolución calostral ha empezado”, The Ecologist para España y Latinoamérica, enero-febrero-marzo 2012.
[11] Ver Mary Judith Ress, Sin visiones nos perdemos: Reflexiones sobre Teología Ecofeminista Latinoamericana, trad. Maruja González Torre, Con-spirando, Santiago, Chile, 2012. Versión original en inglés: Ecofeminism in Latin America, Orbis Books, New York, 2006.
[12] Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas. Ensayo para repensar el conocimiento y la religión, trad. Graciela Pujol, ed. Trotta, Madrid, 2000,
[13] También en la sociología y la crítica económica como lo muestra la obra de Mary Mellor Feminism and Ecology, Polity Press, Cambridge University Press, New York, 1997 . Ver de la misma autora “Ecofeminist as Economics”, Women & Environments International Magazine nº 54/55, Spring 2002.
[14] Val Plumwood, Feminism and the Mastery of Nature, London-New York, Routledge, 1993.
[15] K. Warren, “El poder y la promesa de un feminismo ecológico”, en María Xosé Agra, Ecología y Feminismo, trad. Carme Adán Villamarín, Ecorama, Granada, 1997, p.134.
[16] Alicia H. Puleo, Ecofeminismo para otro mundo posible, ed. Cátedra, Madrid, 2011.
[17] Ver, como ejemplo de estas propuestas, el monográfico "La R-Evolución calostral ha empezado” The Ecologist para España y Latinoamérica n.º 48, enero-marzo de 2012. Para una crítica detallada, mi artículo de Mientras tanto ya citado
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