En la realización del programa Apolo, impulsado por el Presidente Kennedy, lo que de verdad impactó en la conciencia humana, no fue tanto la imagen de los astronautas dando saltitos ingrávidos sobre la Luna, sino la visión tan bella de nuestro planeta azul visto desde el espacio exterior. Cuando contemplamos por vez primera aquella esfera brillante, flotando en medio de la oscuridad sideral, yo creo que cambió nuestra relación con el planetaTierra.
Se trataba de una percepción que no había sido errada, ya que algo más tarde el científico espacial, James Lovelock, y la microbióloga, Lynn Margulis, formulaban la Hipóteis Gaia, que proponía la realidad de una Tierra viva, de un planeta que se comporta como un organismo. Lo más gratificante era que ese organismo vivo era nuestra Madre, nuestra Madre Tierra. No existiríamos sin Ella, pero somos tan prepotentes, tan niños malcriados, que pensamos que somos sus dueños, que es de nuestra propiedad. Concibo la propiedad privada sobre simplezas manufacturadas como un coche o una casa, pero ¿sobre la Tierra? No lo puedo soportar. Sufro cuando la propiedad privada se refiere a importantes extensiones de terreno.
Según la conciencia que tengamos de la Tierra, así será nuestra actitud política respecto a ella. Si pensamos que no es más que una fuente de recursos y de energías, seguiremos explotándola; si la consideramos como nuestro hogar, cuidaremos este entorno y seremos medioambientalistas; pero si nos consideramos engendrados por ella, como Naturaleza nosotros mismos, entonces seremos ecologistas, palabra por cierto proscrita por la política, ya que la ecología ha sido sustituída por el “medio ambiente”, es decir, que la casita propia ha pasado a ser el paradigma de la Naturaleza-Tierra. Algo parecido a la sustitución del feminismo por "políticas de género".
Lo que sucede es que hemos perdido de vista que nosotros somos también Naturaleza. Ya el ecólogo Gregory Bateson descubrió en todos los niveles de existencia, desde la Naturaleza hasta el Espíritu, una pauta que conecta. Las pinzas del cangrejo, las patas delanteras del caballo y nuestros brazos, por ejemplo, son equivalentes. Se trata de un patrón universal que hace que la gramática y la anatomía de los cuerpos no sean algo ajeno, que hace que la proporción áurea sea una constante en la Naturaleza, una proporción que ha sido copiada por el arte. El Partenón, por ejemplo, fue construido de acuerdo con esa proporción áurea, por eso es lo que es, por eso nos extasía.
Pero nosotros hemos perdido esa manera de pensar porque la ciencia ha discurrido por lógicas reduccionistas y binarias, pero también por prejuicios religiosos, seamos creyentes o no. No es lo mismo creer que la Tierra es nuestra “Mater Natura”, que nos ha engendrado y que por tanto somos de su misma naturaleza, que creer en un Dios que nos creó de la nada, “ex nihilo”, dice la teología. Aquí no hay pauta que conecte. Y más cuando ese Dios (Yáhvéh) manda dominar la Tierra, es decir, destruir a la divinidad enemiga, léase, la Diosa Madre de los filisteos, los amonitas, los egipcios, los babilonios.... O sea, Astarté, Innana, Isthar, Tiamat, Cibeles.... Dominar la Tierra y destruír a la Diosa eran acciones correlativas. Ahí sí que había una pauta que conectaba.
La conciencia de una ecología profunda debería hacernos ir evolucionando desde una política económica hacia una política ecológica: lo que supone la diferencia entre potenciar lo factible y potenciar lo viable sostenible. Aquí hemos optado por lo factible. ¿Cuántos campos de golf caben en el País Valencià? Pues eso. ¿Cuántos horribles rascacielos en Benidorm? Ni uno más: objetivo cumplido.
Sólo podemos salvar lo que amamos. No basta, pues, la protección del medio ambiente, sino la empatía ecológica, que se extiende hacia todo lo que vive, hacia la Tierra toda, que no es sólo nuestro hogar, sino nuestra madre, y no metafóricamente, sino de modo real: somos criaturas de la Tierra. Somos Naturaleza.
El siguiente paso consistiría en pasar de la ecología a la ecosofía, es decir, de una política de viabilidad ecológica a un modo de vida en armonía con todo lo viviente. Se trata de crear una conciencia de unidad, de interrelación entre las hijas y los hijos de la vida, porque, como dijo Deleuze, “el torrente de la vida no crea estructuras equívocas, sino unívocas”.
En la reciente cumbre del G-8, lo más relevante ha sido el debate sobre el nefasto escudo antimisiles, cuestión fundamental, por lo visto, para nuestra supervivencia y calidad de vida. La ecología, que para ellos son los gases contaminantes y las medusas en el Mediterráneo, pues bueno, ha quedado para otro momento: puede esperar una vez más. Primero las armas, luego... ya veremos. ¡Es tan vergonzoso que semejantes sujetos gobiernen el mundo, o sean las marionetas de los sujetos que manejan el capital!....
En estos asuntos y en el modo de abordarlos podríamos revisar lo que Kölberg definió como paradigma de la ética de la responsabilidad, atribuída a lo público, y de la ética del cuidadado, perteneciente al ámbito de lo privado y adjudicada culturalmente a las mujeres. Esta última ética es la que ha elegido el ecologismo, porque no puede existir responsabilidad que valga sin cuidado, por eso lo que acabamos de contemplar en la reunión del G-8 corresponde más bien a una ética de la irreponsabilidad en grado absoluto.
También cuando Sarkozy alardea de que con él va a desaparecer la herencia de mayo del 68, como si eso fuera una antigualla... es para ponerse a temblar, porque esa herencia es fundamentalmente el pacifismo, el feminismo y el ecologismo, que si siempre han sido importantes, ahora empiezan a ser urgentes. Pero eso no está en la agenda política de muchos gobiernos, aunque tengo que reconocer que, en este momento político, en España sí figuran en la agenda, al menos figuran.
Pero no basta que estén en la agenda política si la sociedad civil organizada no va creando una conciencia crítica en estos sentidos, porque estos movimientos vuelven a ser vanguardia precisamente por la urgencia que supone un planeta degradado, unos países en continuas guerras, una situación de opresión y exclusión de las mujeres en el mundo, que al mismo tiempo siguen siendo el motor de la humanización, de la civilidad. Sin su enorme compromiso con la vida, muchos países y millones de seres humanos habrían desaparecido.
De todos modos, apunto que el feminismo supone también un pacifismo y un ecologísmo implícitos, pero el pacifismo y el ecologismo nunca han incluido al feminismo en sus presupuestos básicos, algo que deberían pensarse. Precisamente, si alguien ha estado y está en la brecha de la lucha contra un sistema de violencia estructural que se llama Patriarcado, cuyos pilares se han basado en la explotación de la Naturaleza, en la guerra y en la dominación de las mujeres, ése ha sido el movimiento feminista.
No sé si es políticamente correcto hablar de pacifismo, de feminismo, de ecologísmo, pero creo que ya es hora de pasar de lo políticamente correcto a lo humanamente relevante. Lo que sucede es que esos movimientos también han de dar un salto cualitativo porque deben abandonar de una vez la falsa perspectiva de que son minoritarios colectivos ciudadanos, para tomar conciencia de su responsabilidad de liderar los intereses urgentes y reales de toda la humanidad, aunque esos intereses y necesidades duerman latentes en medio del bullicio, de todo este ruido del día a día, del desarrollismo descerebrado e interesado, de nuestros intereses inmediatos.... De tantas cosas que nos hacen olvidar lo que importa. Porque, además, lo que importa, lo importante, ha devenido YA cuestión urgente.
CASANDRA
Estos apuntes me sirvieron para presentar recientemente en Sevilla la Asociación “Mujer y Naturaleza”.
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