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Las mujeres, la paz y la seguridad

Laila Freivalds es ministra de Asuntos Exteriores de Suecia y Miguel Ángel Moratinos es ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España

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Desde que, en el año 2000, el Consejo de Seguridad aprobara la resolución 1325 sobre la Mujer, la Paz y la Seguridad, se ha intensificado el trabajo en relación con las cuestiones de género y con la promoción de la igualdad en materia de género en las operaciones de mantenimiento de paz de Naciones Unidas. Esta resolución constituye un hito en el proceso de sensibilización acerca del impacto de los conflictos armados en las mujeres, pero también acerca del papel fundamental que han de desempeñar las mujeres como participantes capaces y activas en la prevención y la resolución de conflictos y en el proceso de consolidación de la paz. Las cuestiones relacionadas con el género se reflejan cada vez más en el mandato de las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, y cada vez es más frecuente que exista en cada misión un coordinador de género, como en la misión UNMIL, en Liberia, y en la misión MONUC, en la República Democrática del Congo.

El compromiso con la igualdad en materia de género constituye uno de los principios clave de la Unión Europea. Cabe recordar que, como resultado de las negociaciones en el seno de la Convención Europea y, más tarde, en la Conferencia Intergubernamental, se han añadido los principios de no discriminación y de igualdad entre mujeres y hombres en el artículo I-2 del futuro Tratado Constitucional Europeo, con lo que estos principios se reconocerán como dos de los valores en los que se fundamenta la Unión Europea. Muchos de los Estados miembros de la Unión Europea se han dedicado activamente a promover la aplicación de la resolución 1325 en el contexto de Naciones Unidas. Ha llegado el momento de que la Unión Europea intensifique la integración de una perspectiva de género también en las actividades de gestión de crisis de la Unión. Desde el 1 de mayo nos hemos enriquecido con la incorporación de 10 nuevos miembros, que aportan a nuestra labor nuevas experiencias y energía. Y en un momento en que la UE está preparando la más amplia, ambiciosa y polifacética misión hasta la fecha, en Bosnia-Herzegovina, nos parece estar ante una ocasión de oro para convertir en hechos, en nuestras propias actividades, el espíritu de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad. Nuestro objetivo ha de ser ponernos a la cabeza y fijar los estándares más altos para nuestras operaciones, trabajando para conseguir una incorporación coherente de la perspectiva de género en las actividades de gestión de crisis de la Unión, tanto civiles como militares.

La UE ya ha iniciado una serie de medidas de las que podemos enorgullecernos. Al amparo de la Iniciativa Europea sobre Democracia y Derechos Humanos se financian proyectos encaminados a desarrollar la capacidad de las organizaciones de mujeres para apoyar los esfuerzos hacia la reconciliación en Angola, asesorar a las mujeres que han sido víctimas de la guerra en Bosnia y apoyar la participación de las mujeres en el proceso de paz de Sri Lanka. En Oriente Próximo, la UE ha financiado a organizaciones y redes de la sociedad civil formadas por mujeres que trabajan por la paz tanto desde el lado palestino como desde el israelí. Y en Afganistán se destinaron fondos a apoyar la presencia de un asesor en materia de género que garantice la integración de una perspectiva de igualdad entre los sexos en los programas de desarrollo.

La labor de integración de una perspectiva de género en las operaciones de gestión de crisis tiene muchas dimensiones. Para empezar, nosotros, como "gestores de las crisis", hemos de dar ejemplo. La forma más evidente de hacerlo es, lógicamente, incrementando el número de mujeres participantes. Hoy en día, la gran mayoría de quienes intervienen en la gestión de crisis son hombres. Tenemos que mejorar el equilibrio entre ambos sexos en nuestras operaciones, lo que incluye tanto a nuestras propias fuerzas de gestión de crisis como a los que ocupan los puestos de responsabilidad. También hemos de sensibilizar y formar a nuestro personal para que tomen conciencia de las cuestiones de género y de la importancia de incorporar una perspectiva de género en las operaciones. La experiencia demuestra que las probabilidades de conseguir un efecto real aumentan si se incorpora la perspectiva de género desde los inicios del proceso de planificación y en el curso de todas nuestras actividades de gestión de crisis. Para conseguirlo, necesitamos contar con personal especializado que se dedique exclusivamente a las cuestiones de género, tanto sobre el terreno como en nuestras capitales y en Bruselas.

Otro aspecto importante es revisar la forma en que interactuamos con la población cuando llevamos a cabo nuestras operaciones. En particular, ¿es verdad que nos comunicamos principalmente con hombres? ¿Intentamos activamente llegar hasta las mujeres, involucrarlas y potenciarlas? Nuestros mandatos pueden comprender el apoyo a las instituciones de un Estado de derecho o la creación de estructuras administrativas estatales. Es ésta una excelente oportunidad para promover la igualdad entre los sexos. Es descorazonador comprobar cómo, con poquísimas excepciones, las mujeres están ausentes de las mesas de negociación. También lo están a menudo en la formación del Gobierno tras un conflicto, en la reconstrucción de las infraestructuras judiciales y civiles y en todas las demás actividades de apoyo a la paz y de transición hacia una sociedad democrática, justa y equitativa tras un periodo de perturbaciones o de conflicto. Sin embargo, la experiencia demuestra que no pueden conseguirse una paz y una seguridad sostenibles sin la participación plena y equitativa de las mujeres. Diversos informes han confirmado que la potenciación del papel de las mujeres refuerza la capacidad de los países para el desarrollo, la reducción de la pobreza y el establecimiento de un sistema de gobierno efectivo. Los países en los que las mujeres asumen un protagonismo mayor en la vida pública suelen tener una cultura empresarial y un sistema de gobierno más transparentes. Éstos son en gran medida los mismos objetivos a largo plazo que pretendemos conseguir con nuestras operaciones de gestión de crisis. Por tanto, hemos de asegurarnos de que en nuestro trabajo se involucre más a las mujeres, tanto cuando negociemos acuerdos como cuando planifiquemos la reconstrucción de sociedades devastadas por la guerra. Tenemos que cerciorarnos de que la forma en que llevamos a cabo nuestras operaciones garantiza que beneficien por igual a hombres y a mujeres.

Un último aspecto es analizar cómo abordamos las necesidades específicas de los segmentos de población que suelen salir peor parados de un conflicto. Es un hecho bien conocido que las mujeres y los niños resultan desproporcionadamente perjudicados por los conflictos contemporáneos y constituyen el grueso de los refugiados y las personas internamente desplazadas. Además, la violencia de sesgo sexual es una estrategia habitual en las guerras, utilizada para traumatizar a la población y destruir su estructura social. También el colapso del orden público y de la economía normal suelen contribuir a crear un entorno de explotación, con un incremento de la prostitución y del tráfico de mujeres y niñas, aspecto que reviste dimensiones cada vez más preocupantes. Son éstos problemas que no podemos perder de vista. Debemos asegurarnos de que nuestro personal sobre el terreno no contribuya a este tipo de explotación sino, por el contrario, que se dedique a proteger a las mujeres contra la violencia.

Naturalmente, todo esto no se logrará ni fácil ni rápidamente, pero es necesario hacerlo. No habrá paz duradera ni sociedad próspera si la mitad de la población queda sistemáticamente excluida de los procesos de adopción de decisiones. Por ello, para garantizar que las ideas recogidas en la resolución 1325 se incorporen de manera coherente y sistemática a nuestras operaciones de gestión de crisis, tendremos que analizar cuál es la mejor forma de evaluar nuestro trabajo y nuestros logros al respecto dentro del sistema de la UE.

Todos sabemos hasta qué punto resulta difícil cambiar las actitudes y poner en tela de juicio las estructuras existentes. No obstante, creemos que ha llegado el momento de intensificar este proceso. Ya hemos empezado a dar algunos pasos y es evidente que podemos hacer más. Además, tenemos motivos para creer que nuestros nuevos Estados miembros incrementarán nuestra capacidad para abordar estas cuestiones, al aportar a la Unión Europea su considerable experiencia en estos ámbitos y en otros afines.

Fuente: El País. 6.junio.2004



2004-06


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