Para poder hablar de una democracia plena no sólo han de cumplirse los criterios de voto individualizado, diversidad de partidos y periodos electorales, sino corregir también los fallos de representatividad. De ahí que el feminismo entienda la paridad como un derecho que asegura la representatividad proporcional de los sexos. La paridad garantiza el derecho civil de las mujeres a ser electas y también a representar políticamente a la ciudadanía. La paridad no es una concesión a la representatividad de las mujeres que dependa del voluntarismo de los partidos políticos, es un derecho que no puede ser alterado dependiendo de las circunstancias políticas exactamente igual que el derecho al voto y por ello debe ser registrado como derecho constitucional de las mujeres. Sin embargo, podemos constatar la resistencia a la admisión de este derecho cuando sólo unos partidos suscriben las cuotas de representación de las mujeres y otros las niegan formalmente. Estamos aún lejos de un Pacto de Estado en torno a los derechos de las mujeres.
Palabras-clave: paridad, derecho civil, mujeres, partidos políticos
En el acceso al poder político, mujeres y varones ostentan posiciones divergentes de representatividad. El poder político es detentado mayormente por varones. Según datos de la Unión Interparlamentaria (UIP), a fines de 2005 las mujeres parlamentarias en el mundo representaban el 16,1 por ciento del total. En el continente americano, son el 18,3 por ciento, siendo Cuba Y Costa Rica quienes se sitúan a la cabeza, con el 36 por ciento y el 35,1 por ciento, respectivamente. Las mujeres ocupan el 16,2 por ciento de los escaños en los parlamentos del África Subsahariana, mientras que en Asia alcanzan el 15,8 por ciento, en el área del pacífico, y en los países árabes, las mujeres son un 8,2 por ciento. Si tomamos los países que conforman el G-8, Estados unidos, Rusia, Alemania, Reino Unido, Francia, Japón, Italia y Canadá, los datos son bastante desalentadores, exceptuando a Alemania con un 33 por ciento de mujeres en el Parlamento. El promedio de los otros países del G-8 es de el 13,6 por ciento, por debajo de la media mundial de el 16 por ciento de mujeres: Canadá el 21 por ciento, Reino Unido el 18 por ciento, Estados Unidos el 15 por ciento, Francia el 13 por ciento, Italia el 11,6 por ciento, Rusia el 10 por ciento y Japón el 7 por ciento. Por otra parte, para situar el debate del multiculturalismo conviene tener presente que hay una serie de países en donde la mujeres no alcanzan el estatus de sujetos políticos ya que su representatividad es del 0 por ciento, es el caso de Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y Yemen. [1]
No es posible identificarse con una plena ciudadanía si los fallos de representatividad de las mujeres son tan notables como los descritos. El nimio porcentaje de mujeres a escala mundial en las instituciones representativas y la dificultad de las mujeres para consolidar el liderazgo en aquellos países que ofrecen datos aceptables de representatividad son indicadores exactos de una ciudadanía deficitaria de las mujeres. Así pues, para poder hablar de una democracia plena no sólo han de cumplirse los criterios de voto individualizado, diversidad de partidos y periodos electorales, sino corregir también los fallos de representatividad. De ahí que el feminismo entienda la paridad como un derecho que asegura la representatividad proporcional de los sexos. La paridad garantiza el derecho civil de las mujeres a ser electas y también a representar políticamente a la ciudadanía. La paridad no es una concesión a la representatividad de las mujeres que dependa del voluntarismo de los partidos políticos, es un derecho que no puede ser alterado dependiendo de las circunstancias políticas exactamente igual que el derecho al voto y por ello debe ser registrado como derecho constitucional de las mujeres. Sin embargo, podemos constatar la resistencia a la admisión de este derecho cuando sólo unos partidos suscriben las cuotas de representación de las mujeres y otros las niegan formalmente. Estamos aún lejos de un Pacto de Estado en torno a los derechos de las mujeres.
Para el feminismo político la adecuada regulación democrática pasa por un consenso ético- político en torno a la relación entre los sexos y en las instituciones en que se inscriben -representativas, formales y socializadoras-, sin que se vean alteradas por los cambios de gobierno. Sin este mínimo consenso la posición de las mujeres se halla en una situación de negociación permanente. Cuando las definiciones de libertad y de igualdad son restrictivas, en el sentido que comprometen aspectos parciales de la realidad, la posición de las mujeres siempre es cuestionada. Difícilmente se produce el acuerdo en torno a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres (aborto, entre otros), la violencia sexual, la pornografía, la prostitución, las medidas de “contratación preferencial”, la denuncia de prácticas culturales vejatorias, la imagen devaluada de las mujeres en los medios, etc. Y esta falta de acuerdo produce un deterioro en cómo vivimos la ciudadanía las mujeres no así los varones. Sobre las mujeres se polemiza: qué seamos, qué queremos, qué nos cabe esperar está continuamente en disputa.
La paridad, así pues, contribuye a la normalización de la vida civil de las mujeres. Ahora bien, no sólo apunta a cambios cuantitativos, más mujeres allí donde no las hay, sino que necesariamente introduce o debe introducir cambios cualitativos, esto es, resquebrajar identidades normativas y culturales construidas a partir de las normas y estereotipos sexuales. La paridad, como todo derecho, obliga. Por ello, las mujeres y los varones que compartan el ideal de paridad no pueden hacer de ésta una mera cuestión cuantitativa y a la hora de tomar decisiones que afectan a rasgos valorativos y normativos de la relación entre los sexos inclinarse por la costumbre, la tradición, el estereotipo sexual o incluso la religión.
Contra la paridad se argumenta, desde diversos registros, que en realidad “las mujeres no desean el poder”, que en realidad las mujeres preferimos “hacer otras cosas”. Varios hechos socavarían este estereotipo comportamental : el hecho de que sean las mujeres las que asumen las obligaciones familiares es un fuerte impedimento para obtener y desempeñar cargos políticos; el hecho de que las mujeres sean excluidas de ocupaciones tradicionalmente masculinas que en muchas ocasiones son plataformas para desarrollar una carrera política; el hecho de que una mujer no pueda conferir poder a otra lo que convierte el poder de las mujeres en inestable; el hecho de que las mujeres se hallen fuera de las redes de influencia. Así pues, las mujeres no eligen “no desear el poder”, sino que es más bien la injusticia sexual la que coarta el acceso al poder de las mujeres.
En el análisis de las instituciones formales, representativas y socializadoras es donde encontraremos el origen de la desigualdad y de los modos de opresión que terminan por afectar todo nuestro desarrollo vital. En el caso de las mujeres, la desigualdad procede de la carencia de poder, pero también de un déficit absoluto de autoridad. El poder, así pues, tiene un objetivo velado y poco explicitado: sostener los criterios de autoridad indispensables para dar sentido a la realidad. El poder asegura el sostenimiento de una determinada autoridad, de ahí que las fracturas en el poder, si el cambio es lo suficientemente radical, conlleven cambios sustanciales de sentido normativo respecto de la realidad. El feminismo político propone este cambio de sentido en la toma de decisiones para llevar a término un cambio ulterior en la escala normativa de la sociedad. De ahí que el poder de las mujeres en los espacios públicos se someta continuamente a interrupciones. El ejemplo más evidente es el poder político.
RADIOGRAFÍA DEL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS [2]
Aptdo. I: PRESENCIA DE MUJERES
En los siguientes apartados se analizan los datos de participación de las mujeres en el Congreso de los Diputados. No sólo se toma como indicador los datos de participación y presencia de mujeres en la Cámara, sino que se analizan los datos de permanencia de las mujeres en esta institución, esto es, cuál es el tiempo de permanencia de las mujeres en comparación con los varones, ya que la permanencia en esta u otra institución sirve, a todo efecto, como indicador de cuál es la consolidación real del liderazgo de las mujeres.
VIII LEGISLATURA (2004-2008)
VII LEGISLATURA (2000-2004)
La diferencia en la representación de las mujeres de acuerdo a los distintos partidos políticos nos lleva necesariamente a hablar de las cuotas de representación de las mujeres, ya que en la radiografía del Congreso comprobamos que el Grupo socialista mantienes criterios paritarios, no así el Grupo Popular que se mueve en una cuota de representación de las mujeres del 25 al 28%, o como en el caso de los partidos minoritarios que no alcanzan en absoluto los criterios de representación de las mujeres. Tomando como exponente los dos partidos mayoritarios, G. Socialista y G. Popular, la diferencia en la representación se debe a que si bien el Partido Socialista admite formalmente la paridad no así el Partido Popular que la denuncia formalmente.
Aptdo. II: CUOTAS DE REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES Y PARIDAD
En 1988 el PSOE aprueba en su Congreso la cuota del 25%. Esta cuota fue ampliada al 33% en el 33 Congreso de 1994. En 1997 el PSOE aprobó la democracia paritaria al tiempo que se reconocía la contribución del pensamiento feminista al pensamiento socialista. El establecimiento de la cuota aumentó la representación parlamentaria de las mujeres socialistas a partir de 1989. Para el caso del PP (Partido Popular) este aumento se produce a partir del año 93, aunque el PP no ha sido favorable a cuotas de representación de las mujeres, pero la apuesta del PSOE, primero por las cuotas y después por la paridad, ha forzado la dinámica del grupo popular a una mayor presencia de las mujeres. Se puede constatar gracias a las cuotas un significativo aumento de representación femenina en el poder legislativo. En el siguiente gráfico tenemos una muestra significativa de cómo ha sido la evolución de la presencia de las mujeres en el Congreso de los Diputados en las ocho legislaturas. Podemos comprobar como se produce un aumento significativo de la presencia de las mujeres a partir de la legislatura 93-96.
Aptdo. III: CONSOLIDACIÓN DE LIDERAZGO: “los varones son insustituibles, las mujeres somos intercambiables”.
La presencia de mujeres en el Congreso de los Diputados no asegura en absoluto la consolidación de liderazgo de las mujeres. Los datos a tener en cuenta son los siguientes:
El 60% de mujeres sólo está una legislatura en el Congreso.
El 47 % de varones sólo está una legislatura en el Congreso.
Un 23 % de varones han estado tres o más legislaturas en el Congreso.
Sólo un 2,6 % de mujeres han estado tres o más legislaturas en el Congreso.
El promedio de permanencia de los varones en general es de 8, 10 años.
El promedio de permanencia de las mujeres en general es de 5,2 años.
Los datos hacen buena la afirmación de que en política “los varones son insustituibles y las mujeres somos intercambiables”.
A partir de la legislatura 93-96, que es cuando tímidamente comienzan a incorporarse cuotas de representación de las mujeres, la posibilidad de permanecer sólo una legislatura aumenta también. Según han ido aumentando las cuotas de representación femenina ha ido disminuyendo el tiempo que las mujeres permanecen en sus cargos. Mientras las mujeres eran excepción en el congreso permanecían más debido a que estaban más ligadas al poder orgánico de los partidos.
Una de las posibles trampas de la paridad es hacer la renovación por la vía de las mujeres, como afirma la ex diputada Balletbó “Los responsables de los partidos políticos buscan mujeres profesionales a las que alquilan durante una legislatura y luego les dicen adiós. La mayoría de los independientes son mujeres. Cuando las cambian, no tienen ningún lío en el partido porque ellas no cuentan con quien las defienda. Y además, ellos quedan bien porque han renovado las listas”.
En el actual Congreso de los diputados de las 126 Diputadas, 79, esto es el 63%, son nuevas en esta legislatura. Si añadimos que es posible que un alto porcentaje sólo esté esta legislatura apenas si damos tiempo a que las mujeres tomen contacto con su nuevo cargo y acumulen experiencia. Por el contrario en el caso de los varones sólo el 44% han llegado al Congreso en esta legislatura.
En la Comparativa de la consolidación de liderazgo de las mujeres en los grupos de la Cámara comprobamos que los datos son similares:
EXPLICACIÓN POR TRAMOS DE EDAD
COHORTE 1940-49 (MUJERES ENTRE 65 Y 56 AÑOS)
De las 23 diputadas que componen este tramo de edad 15 de ellas, el 65%, han desempeñado cargos de responsabilidad ejecutiva o representativa. Encontramos ex-ministras, senadoras, diputadas autonómicas, consejeras de autonomía, tenientes de alcalde.... Claramente han sido cooptadas para desempeñar estos cargos por prestigio, militancia o simpatizar con el partido que en un momento dado las reclama para ocupar estos cargos de responsabilidad ejecutiva y representativa. Sólo 3 parece que han combinado estos cargos de responsabilidad ejecutiva y representativa con cargos orgánicos en la estructura del partido, bien han llegado a estos cargos porque previamente se encontraban en la estructura orgánica del partido o bien una vez accedido al cargo se comprometieron orgánicamente con el mismo. [3]
De las 23 diputadas sólo 6 han desempeñado cargos orgánicos dentro de las estructuras de los partidos (secretarias, vocales de ejecutiva o miembros de los comités federales...). Tres de ellas, como expuse, también han desempeñado tareas ejecutivas.
COHORTE 1950-59 (MUJERES ENTRE 55 Y 46 AÑOS) Representan el grupo más numeroso del Congreso del los Diputados: el 41% de nuestras diputadas se encuentran en este tramo de edad. De un total de 52, 36 de ellas, el 70%, han ocupado cargos ejecutivos o representativos. 24 de las diputadas que componen este tramo de edad desempeñaron o desempeñan cargos orgánicos en los partidos formando parte de las ejecutivas locales, regionales o nacionales. Con respecto al tramo de edad anterior comprobamos que el compromiso orgánico con el partido en el que se hallan inscritas es casi el doble, del 26% al 46,15%, lo que debería redundar en una mayor garantía de permanencia de las mujeres en el Congreso, pero no parece ser así. Me remito al hecho ya expuesto en este documento de que el 60% de las diputadas españolas sólo logran permanecer una legislatura en el Congreso.
COHORTE 1960-69 (MUJERES ENTRE 45 Y 36 AÑOS)
Lo más significativo de este tramo de edad, formado por 31 mujeres, es que comienzan a tener representación parlamentaria las mujeres vinculadas o procedentes de las organizaciones juveniles de los partidos en las que han desempeñando diversos cargos orgánicos. Disminuye el porcentaje de mujeres (al 60%) que han desempeñado cargos representativos o ejecutivos.
COHORTE 1970- 79 (MUJERES ENTRE 35 Y 26 AÑOS)
En este tramo de edad se produce la inversión entre mujeres que han desempeñado cargos representativos o ejecutivos, el 44,4%, y mujeres que se hallan inscritas en las estructuras orgánicas de los partidos, el 66%. El criterio de elección por parte de los partidos políticos para cubrir este tramo de edad parece decantarse por la militancia activa. De las 8 diputadas que anteriormente habían desempeñado cargos representativos o ejecutivos la mayor parte parece haber estado previamente en la estructura orgánica de los partidos o proceder de las organizaciones juveniles de los mismos [4]. Del 66 % de las diputadas que se hallan inscritas o desempeñaron diversas tareas en las estructuras orgánicas de los partidos la gran mayoría proceden de las organizaciones juveniles.
PERFIL DE DIPUTADA
A día de hoy, si hacemos un retrato robot de la diputada española cumpliría los siguientes rasgos: casada, 48 años, licenciada en Derecho que previamente habría desempeñado un cargo representativo o ejecutivo.
Alicia Miyares es Doctora en Filosofía. Forma parte del Consejo Rector del Instituto Asturiano de la Mujer y es secretaria de la Asociación Española de Filosofía “Maria Zambrano”. Sus líneas de investigación se centran en los aspectos sociales, políticos y morales del siglo XIX y su repercusión en la historia del feminismo, el feminismo como filosofía política y los problemas de la democracia actual y su perfeccionamiento. Es autora de los libros Nietzsche o la edad de la comparación (2002) y Democracia feminista (2003)
[1] Para acceder a los datos de representatividad femenina en todos los parlamentos mundiales, ver http://www.ipu.org
[2] Los siguientes apartados son el resultado de mi participación, como investigadora por España, en un proyecto europeo titulado “Europa para las mujeres”, Nº Ref. PROYECTO VP/2003/032.
[3] Para mayor precisión habría que disponer de una biografía más detallada de las mismas.
[4] De nuevo para una mejor precisión habría que disponer de una biografía de estas diputadas más detallada.
Fuente: Labrys nº 10. Dossier España
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