Por Esperanza Bosch y Victoria A. Ferrer
* Esperanza Bosch Fiol. Psicóloga. Directora del observatorio para la igualdad de oportunidades de la UIB
* Victoria A. Ferrer Pérez. Psicóloga. Responsable del área de género del observatorio para la igualdad de oportunidades de la UIB
Confundir la opinión personal con las evidencias científicas puede ser muy peligroso. En los últimos días, en relación a la aprobación de la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción por parte de las mismas, se han llegado a decir auténticas barbaridades que bajo ningún concepto se pueden considerar avaladas por ningún estudio riguroso, ni desde la psicología, ni la medicina, ni la psiquiatría ni, en definitiva, ninguna disciplina científica.
Aunque a estas alturas de la historia tener que recordarlo resulta un tanto bochornoso, la homosexualidad no es ninguna enfermedad, ni desorden, ni vicio. Es una opción sexual tan normal, y, por tanto, tan respetable como la heterosexualidad. Enamorarse de alguien del mismo sexo, sentir atracción y deseo hacia él o ella, construir un proyecto de vida en común solo puede ser visto con miedo y rechazo por quienes desde una determinada posición ideológica temen lo diferente, relacionan la libertad con el desorden, se sienten amenazados (quizás por su propia inseguridad) ante las opciones de vida diferentes a las propias. No es la primera vez que esto sucede, recordemos cómo el matrimonio civil o el divorcio tenían que “socavar los cimientos de la familia”,así como las agrias polémicas y acusaciones a quienes defendían el derecho a la anticoncepción y al aborto, por poner tan sólo algunos ejemplos recientes en nuestra historia.
Pretender que si un problema no sale a la luz es como si no existiera no sólo resulta insultantemente hipócrita, sino también nada eficaz de cara a su posible solución. La discriminación que han sufrido los colectivos de gays y lesbianas, incluso en sociedades supuestamente democráticas, debería sonrojarnos a todos y a todas. No podemos olvidar el sufrimiento que ha supuesto para muchas personas el tener que esconder sus sentimientos, mantener dobles vidas, disimular frente a los demás, o, peor todavía, vivir atormentado/a con la creencia de que te sucede algo extraño de lo que debes avergonzarte, y todo ello porque su opción sexual oficialmente no existe o directamente es perseguida por quienes creen poseer la única verdad y la única vara de medir a los demás.
Ya hace mucho tiempo que la psicología prescindió de prejuicios y visiones moralistas a la hora de describir la sexualidad humana en todas sus variantes. Que nadie desentierre fantasmas, no en nombre de la psicología, no en nombre de la ciencia.
El mismo razonamiento serviría para valorar la idoneidad de que parejas del mismo sexo puedan adoptar a niños y niñas. En primer lugar esto ya está sucediendo desde hace mucho tiempo, tanto con hijos biológicos como con hijos adoptados (en este último caso debido a que individualmente se puede llevar a cabo el proceso sin mayor problema), y no existe ninguna evidencia de que cuando esto es así el menor tenga más riesgos de sufrir alteraciones en su conducta o en su estado de ánimo.
Por otra parte, en las comunidades autónomas en las que ya se permite la adopción o el acogimiento de menores, los resultados son positivos y no permiten traslucir ninguna diferencia con niños o niñas en convivencia con parejas heterosexuales o en familias monoparentales o monomarentales.
Criminalizar estas situaciones es una acto profundamente irresponsable pues están en juego el futuro y la felicidad de muchas personas. Quienes justifican sus posiciones contrarias desde la supuesta defensa de la familia parecen no querer ver que están generando un profundo dolor y desconcierto a seres humanos: niños y niñas, adultos, adolescentes en proceso de alcanzar su identificación sexual, padres y madres de homosexuales, todos ellos miembros de alguna familia, todos ellos ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho ¿Quien defiende a estas familias?
Los únicos lazos que deberían priorizarse en la construcción de diferentes modelos de convivencia son los del afecto y el respeto mutuo. la convivencia de menores con personas que se aman y se respetan, y por extensión respetan a los demás, ofrecen modelos sin duda positivos.
No olvidemos que ha sido dentro de la familia patriarcal donde más sufrimiento se ha generado tanto a mujeres como a hijos e hijas: malos tratos tanto físicos como psicológicos y sexuales, abusos, abandonos, sometimiento y un largo etc. Abrir, por tanto, el abanico de posibilidades de convivencia enriquece, no constriñe. Sacar a la luz los problemas permite resolverlos de lo contrario sólo se consigue el enquistamiento y el triunfo de la hipocresía.
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