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Volver a pensar en la violencia contra las mujeres

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En estos tiempos de desconcierto e incertidumbre es necesario volver a pensar en la violencia contra las mujeres. Más aún, es necesario redefinir el propio concepto de violencia de género. Y es que en medio de este cambio de modelo social, concretado en amplios y profundos recortes en los pilares básicos del estado de bienestar, se están desdibujando en la opinión pública los agujeros específicos de desigualdad que afectan a las mujeres.

Se ha instalado con mucha fuerza en nuestro imaginario colectivo la idea de que las agresiones y los asesinatos a mujeres son un hecho inevitable con el que tenemos que contar cotidianamente. Y lo cierto es que cuando consideramos inevitable un fenómeno social lo convertimos en parte de un orden ‘natural’ de las cosas, es decir, lo naturalizamos. Aceptamos que es una barbarie y lo sacamos a la superficie para así tranquilizarnos. Creemos que si lo hacemos visible ya estamos luchando contra ello. Y sin lugar a dudas este es el primer paso, pero es insuficiente.

En el año 2004, el gobierno socialista aprobó una ley contra la violencia de género. Esa nueva legislación fue un paso adelante y supuso el reconocimiento de la lucha del movimiento feminista para que se dejase de considerar un asunto privado y pasional lo que era una forma de violencia contra las mujeres. Ha sido, sin duda, una ley importante, pero las agresiones y los asesinatos de mujeres nos muestran que la barbarie no se ha detenido con la ley y que, por eso mismo, es insuficiente.

Uno de sus efectos positivos es que ha abierto un debate social y con ello ha contribuido a cambiar el umbral de la tolerancia hacia la violencia patriarcal. Este debate que se ha abierto en la sociedad ha desembocado en la formación de una opinión pública crítica con la violencia de género. Sin embargo, este hecho también es insuficiente y por eso se impone una reflexión sobre las causas que hacen posible esa barbarie.

La fatalidad que rodea la lucha contra la violencia de género no es inocente. Las ideas no se instalan azarosamente en el imaginario colectivo. Se instalan sólo aquellas que encuentran un suelo fértil en el que crecer. Y ese suelo es el discurso de la inferioridad de las mujeres. Ese prejuicio está tan profundamente arraigado en las mentalidades que se ha convertido en el fundamento de la desigualdad de género.

Cuando las mujeres asumen como natural el trabajo gratuito del hogar o consideran que la maternidad es un asunto fundamentalmente de las madres están rearmando material y simbólicamente la ideología de la inferioridad de las mujeres. Cuando los varones creen que el trabajo del hogar y del cuidado es responsabilidad de las mujeres están colaborando con esa ideología que legitima la subordinación de las mujeres. Cuando los varones ejercen el poder sin compartirlo con ellas y sancionan ese hecho con argumentaciones relativas a que lo importante son las políticas que se hacen y no el género de quien las hace, refuerzan esa ideología que finalmente hace posible que las mujeres sean objeto de la violencia masculina.

Cuando se dice que la lucha por la igualdad de género es obsoleta y redundante porque ya somos iguales, se está enmascarando la desigualdad entre hombres y mujeres y con ello reforzando las estructuras de poder patriarcales. Cuando la publicidad, las series de TV, el cine o los cómics muestran acríticamente los roles que las sociedades patriarcales han asignado a hombres y mujeres están cooperando activamente en la creación de un caldo de cultivo que facilita la violencia de género. Cuando los medios de comunicación aceptan anuncios sobre prostitución están reforzando la ideología de la violencia sexual.

Por eso, no podemos conformarnos sólo con identificar la ideología que allana el camino a la violencia de género. Es necesario ir más allá: es necesario prevenir. Y para eso hay que trabajar intensamente con niños y niñas, chicos y chicas. En la familia, en la escuela y a través de los medios de comunicación, niños y niñas aprenden valores y forjan conductas. Llevar la coeducación a las escuelas y problematizar críticamente en las aulas los mandatos socializadores de género contribuye a desactivar la ideología de la inferioridad de las mujeres. Persuadir a los medios de comunicación de que no deben reforzar los roles de género ni hipersexualizar a las mujeres es desactivar uno de los nudos principales que alimentan la ideología de la inferioridad de las mujeres.

Si el objetivo es acabar con esta violencia hay que empezar desde el principio, desde los procesos primarios de socialización; y para ello hay que diseñar políticas de igualdad de género para ser aplicadas en la familia, en las aulas, en los medios de comunicación y en todos los entramados institucionales y sociales. Es urgente que la sociedad se rearme moralmente contra esta violencia y que el poder político y la sociedad civil asuman que hay que detener lo que sólo puede ser designado como barbarie.


Publicada en El Diario


2012-11


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