Por Giuliana Sgrena
Para “Il manifesto”, 22 de septiembre de 2005
Traducción de Gonzalo Hernández Baptista
Giuliana Sgrena, periodista, intelectual, prestigiosa militante feminista y pacifista, está sin duda entre los mejores conocedores italianos de los países y de las culturas árabes e islámicas; autora de numerosos textos de gran calibre; enviada especial a Bagdag por el periódico “Il manifesto”, bajo las bombas, durante la fase más fiera y destructiva de una guerra que todavía continúa. Fue raptada en Bagdag el 4 de febrero de 2005 y puesta en libertad el pasado 4 de marzo; sobrevivió a los disparos de “fuego amigo” norteamericano contra el coche de la inteligencia italiana al cruzar la frontera, disparos que a su vez mataron a su liberador Nicola Calipari. Giuliana Sgrena ha escrito, entre otros: “La schiavitù del velo”, Manifestolibri, Roma, 1995; “Kahina contro i califfi”, Datanews, Roma, 1997; “Alla scuola dei taleban”, Manifestolibri, Roma, 2002; “Il fronte Iraq”, Manifestolibri, Roma, 2004.
Es un gran impacto regresar a Kabul tras tres años de ausencia. Se alternan sucesivamente ruinas con edificios nuevos, muchos de ellos de cristal; o bien zonas llenas de búkeres y muros enormes levantados con bloques de cemento y alambradas de espinas para proteger objetivos estratétigos (zonas militares, embajadas, la Onu, etc.), con mercados invadidos por productos chinos, montañas de basura, calles inundadas en una ciudad que adolece de sequías. Aquí han explotado además las contradicciones, pero por ahora la tensión, aunque es manifiesta, palpita bajo las cenizas. No hay electricidad pero hay un mercado de teléfonos robados, los pobres son cada vez más pobres y numerosos y los ricos, pocos y cada vez más ricos. En el centro de la ciudad las viejas casas bajas se derrumban para dejar sitio a los chalés y los edificios, con escaparates que desde cualquier planta dan a la calle para mostrar decenas de vestidos de temporada.
Otros edificios, ya más discretos, albergan comercios más refinados, restaurantes y centros de negocios que sólo se los pueden permitir los numerosos extranjeros que hay en la ciudad. La presencia de los extranjeros ha disparado los precios de mercado: el alquiler de una casa de dos habitaciones sale por 300 dólares, mientras que el sueldo de un funcionario público afgano es de 50 dólares, es decir, tanto como cuesta una cena en un restaurante de lujo. Pero en Kabul los extranjeros no son exclusivamente occidentales ricos. De hecho, a pesar del alto índice de paro afgano, muchos trabajadores vienen de otros países: para la construcción se utilizan paquistaníes, para el sector hotelero se da trabajo a los indios y nepalíes.
Constructoras salvajes
Actualmente existe un desarrollo desorbitado en el sector de la construcción que nada tiene que ver con un plan regularizado, que, por otra parte, no existe. El ex alcalde de Kabul, Jack Dalak, participa activamente y no sólo se ha construido un complejo en la zona sur de la capital, sino que además ha mandado desalojar las barracas de un antiguo campo militar en el barrio central de Sharbur, donde se estaban refugiando algunos sintecho, para poder distribuir el terreno ya vacío a los señores de la guerra y que se levanten palacetes de lujo. Estos "señores de la guerra", que en la mayoría de los casos forman parte del Gobierno o se apresuran por entrar en el nuevo parlamento, han pasado a ser además los "señores de la droga", la nueva clase de hombres de negocios, los nuevos propietarios de Afganistán. De hecho, el tráfico del opio, que representa el 50% del PIB (contando con las ventas en el mercado negro), financia cualquier tipo de movimiento de la vida afgana, política incluida.
El opio
La lucha contra el cultivo del opio es una batalla que nunca se tendrá, a pesar de que se ha constituido un Ministerio antinarcóticos, en funcionamiento desde algunos meses. Por ejemplo: este año el cultivo del opio en todo el mundo se ha rebajado del 67 al 63%, pero gracias a un clima favorable -especialmente la lluvia- la producción afgana ha alcanzado unas cotas récord llegando a representar el 87% de la producción mundial. Gran Bretaña se sitúa a la cabeza de los países occidentales que defienden una política de erradicación del opio y que quieren ver resultados inmediatos para eliminar los problemas internos que genera en cada uno de estos países (pero se corre el riesgo de que su petición caiga en saco roto por la falta de alternativas válidas y la ausencia de infraestructuras necesarias para derivar otros tipos de cultivo). Pero. Viéndolo detenidamente, el problema es aún complejo porque el cultivo de amapola no es responsabilidad exclusiva de los pobres. Los propietarios de la tierra no son los campesinos que la trabajan sino los mismos señores de la guerra que la ceden en alquiler, imponiendo el tipo de cultivo a realizar, ya que tienen derecho de repartirse los beneficios de la producción y no hay negocio más rentable que el opio. Por lo tanto, la llamada lucha contra el cultivo del opio va a ser larga, según las Naciones Unidas, y más aún en un país en el que es un uso extendido en todo el territorio nacional. Y, por otra parte, si llegara a erradicarse de una parte del país, el cultivo en seguida aumentaría en otra y se llevaría al otro lado de las fronteras, a Pakistán, en la zona de tribus que se escapan al control del gobierno de Islamabad. La producción, en realidad, más que a las leyes de Kabul obedece a la demanda occidental. En los últimos años, especialmente con el regreso de los refugiados, el consumo de droga se ha difundido aún más en Afganistán. No se trata sólo de la tradicional ingestión de opio, sino de heroína, y el consumo por medio de jeringuilla puede comportar un nuevo desastre: la difusión del sida. Y junto al consumo de droga se ha generalizado el del vino, que causa numerosos accidentes de tráfico, sobre todo los viernes por la noche.
Puticlubes para extranjeros
Chalés, hoteles, pensiones y restaurantes se han multiplicado en la zona residencial de Wazir Akbar Khan, donde se encuentran también diversas embajadas. Pero no todas las pensiones ni, sobre todo, los restaurantes chinos tienen la utilidad para estos servicios declarada. De manera casi inevitable, la presencia de militares y de hombres de negocios alimenta la prostitución, nueva actividad floreciente en la Kabul de los mujahidin y de los talibán. Los puticlubes están prohibidos para los afganos, excepto para los ricos que los administran. El tabú sexual todavía sigue en vigor de manera oficial. Las prostitutas son chinas y filipinas; ahora además entran en juego las uzbecas , según me cuentan los que de esto entienden. Los precios oscilan entre los 50 y los 100 dólares. Inalcanzables para los afganos, menos pudientes, que se deben contentar con viudas en burqa. Otra contradicción en Kabul. La mayor parte de las mujeres que llevan todavía el burqa, hoy en minoría, lo hace por "conveniencia": para escaparse del control familiar, como ha sucedido durante las elecciones, o para enmascarar la pobreza, cada vez más difundida, que obliga a pedir limosna por las calles o en la puerta de las mezquitas, o sino a vender chicles o incluso -siempre por el mismo motivo, para llegar a fin de mes- a prostituirse. Sexo en los locales nocturnos, por poco dinero. Nada que ver con la lujosa prostitución diseñada para los extranjeros. Y con el burqa su rostro no queda al descubierto.
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