Veinticinco de noviembre: se celebra el Día Internacional contra la Violencia hacia las mujeres. Durante las jornadas de reflexión previas, todos los grupos parlamentarios catalanes han firmado un manifiesto contra la violencia de género con el que se comprometen “a avanzar hacia la tolerancia cero”. Qué pena no haber sabido antes que las y los parlamentarios se involucrarían con tanta contundencia. Les habría propuesto como eslogan para encabezar el manifiesto una frase que se atribuye, quizás erróneamente, a Oscar Wilde: Se empieza asesinando y se acaba por cometer faltas de ortografía.
La frase, una boutade, podría contribuir a esclarecer el significado real de la expresión “tolerancia cero”, esto es: no consentir ni la más mínima actitud indicadora de menosprecio hacia la mujer. ¿Se entiende que no podemos ser tolerantes con un hombre que mata a su mujer? Sí, se entiende. Llegar a comprenderlo, “sólo” nos ha costado la muerte de Ana Orantes, asesinada en 1997 poco después de denunciar por televisión los maltratos que sufría, y nos ha costado aún 400 mujeres muertas más después de ella. ¿Se entiende, sin embargo, que la tolerancia cero es, por ejemplo, no admitir que más del 90% de los puestos de poder estén ocupados por hombres o que la publicidad cosifique a las mujeres? Me temo que no, que todavía estamos lejos de una comprensión real del problema.
Tenemos que aprender a mirar con lupa. Nos hace falta educar a las nuevas generaciones en unos valores diferentes y nos hace falta desmontar el sistema patriarcal, culpable de la violencia de género, que se propaga a través de la familia tradicional, a través de la religión entendida de manera fundamentalista y a través de unos determinados valores sociales arcaicos que perpetúan las desigualdades entre mujeres y hombres.
La sociedad empieza educando a los varones para que sean conscientes de que están destinados a grandes gestas en la vida y acaba admitiendo que un invitado de un programa televisivo interrumpa con arrogancia a la presentadora. Empieza adjudicando autoridad moral a los hombres sobre cualquier tema y acaba admitiendo la etiqueta de “Literatura de mujeres” que ellos imponen a las escritoras. Comienza por magnificar la pulsión sexual masculina y acaba por aceptar que Fraga considere una menudencia los tocamientos íntimos de un alcalde a una menor. Empieza por dar a los hombres el bastón de mando y el título de cabeza de familia y acaba por considerar no juzgable un empujón de él para hacerse con el mando a distancia de la tele. Empieza por simplificar el lenguaje prefiriendo el masculino al femenino o la palabra hombre para designar los dos sexos y acaba por olvidar que las mujeres también existen.
Y, es que ya se sabe, se empieza asesinando y se acaba por cometer faltas de ortografía.
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