Hay una gran diferencia entre contemplar un entorno natural desde la convicción de que es un bien común (a cuidar y proteger entre todxs) a considerarlo como una mercancía con la que se puede mercadear.
«Imagínate que a alguien se le ocurre la idea de ‘privatizar el aire’ … ¿Terrorífico? ¿Locura? Lamentablemente, con la fiebre privatizadora de estas políticas neoliberales, no sería de extrañar!»
La clave para intentar no caer en esta temeridad consiste en asumir que es imprescindible invertir en igualdad para la sostenibilidad y democratización de la vida. Y hacerlo desde el compromiso colectivo con la corresponsabilidad.
Lo que hagamos hoy con los recursos, las relaciones que mantenemos y los valores y actitudes que definen nuestros comportamientos, cimentará el modelo de la sociedad futura. Así que urge reflexionar sobre cuál es el legado de capacidades y posibilidades que estamos transmitiendo a las próximas generaciones.
Se trata de gestar un cambio desde la base social y para ello es fundamental que las personas se involucren en su propio gobierno y que desde el compromiso negociado colectivamente se establezcan reglas razonables con las que poder crear la manera de producir y gestionar en comunidad bienes y recursos que pertenecen a todos los seres y que en realidad no pertenecen a nadie.
Esto es lo que representa el ‘procomún’ o el ‘poner en común’.
Elinor Ostrom recibió el premio Nobel de Economía precisamente por su contribución al estudio del modelo de gobernanza del ‘poner en común’, una alternativa a la economía de mercado que integra lo económico, lo ético, lo individual y lo colectivo. Ostrom demostró que aunque la tierra cultivable del mundo, el agua dulce o la pesca son recursos finitos es posible compartirlos sin agotarlos, cuidando de su reproducción.
La propuesta de ‘poner en común’ integra un enfoque altamente democratizador de la vida, y lo hace a través de los principios de soberanía, transparencia, equidad, acceso universal, diversidad y confianza.
La premisa de partida es que ‘cuanto más compartimos, más se amplían nuestras oportunidades de acceso’ y mayor es nuestra libertad. Las ideas crecen y el conocimiento se multiplica exponencialmente cuando lo compartimos.
El gusto por colaborar, cuidar y compartir refuerza la interrelación entre las personas, las necesidades y la búsqueda de alternativas para satisfacerlas. Es ‘la telaraña de la vida’ a la que se refiere Vandana Shiva; y es también lo que más puede contribuir a mitigar la visión catastrofista que desde la economía ortodoxa se realiza sobre todo lo que no huela a modo de producción capitalista.
Pero de nada serviría cambiar el modo de producción si ese cambio no lleva implícito una transformación real de las condiciones de vida, desde la equivalencia humana, esto es, la simetría en el valor entre todas las personas, mujeres y hombres.
La producción entre iguales comienza a surgir de iniciativas personales que llevan impregnadas un elevado sentido de reciprocidad, innovación e igualdad en las condiciones y oportunidades que genera. Así pues, la igualdad, tal y como la define Marcela Lagarde, es decir, como principio ético-político, ha de convertirse en el eje transformador del modelo de sociedad.
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