Todas compartimos una historia de opresión. Eso es lo que de alguna manera nos une y explica nuestra solidaridad. Muchas mujeres, además, somos conscientes de ello y seguimos caminando juntas por la senda que nos abrieron las feministas que lucharon por nuestros derechos.
Las mujeres, todas las mujeres, hemos sido conceptualizadas como cuerpos sin mucha cabeza, a veces ni eso, como trozos de cuerpos. Cuerpos al servicio del placer sexual de los varones, cuerpos al servicio de la reproducción de la especie. En ésta última función, contra lo que pueda pensarse, no se nos ha asignado un papel relevante. Como teorizaran Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, las mujeres son meras vasijas vacías, materia inerte en que el semen creador insufla la forma y el alma humana. Por eso, en realidad, los varones se autodefinieron como el principio activo de la reproducción y se autoadjudicaron la patria potestad o derechos legales sobre los hijos. Y por eso, cuando no querían reconocer a un hijo éste era un hijo “natural” es decir no “cultural”; también se le consideraba un “hijo ilegítimo”, es decir, que no estaba legitimado para nacer por su padre. Y por eso, también, en tantos lugares del mundo llevamos el apellido de nuestros padres, porque de alguna manera, parece que nuestras madres no pudieron salir del todo del estatus de vasija u otro objeto de alfarería.
Hoy hay que recordar que las luchas feministas del diecinueve también lo fueron por el derecho a la patria potestad de los hijos, y las del siglo veinte por el derecho a decidir si tener hijos o no y cuántos. Algo que sabemos bien es que lo primero que hace una niña, una mujer cuando tiene acceso a la autonomía es controlar su capacidad reproductiva. Si las mujeres no hiciéramos eso podríamos llegar a tener entre 20 o 25 hijos de media en la actualidad. Con las mejoras en la alimentación y la medicina. Pero como claramente esto no está ocurriendo hay que saber que la mayor parte de las mujeres está controlando y decidiendo en torno a este decisivo aspecto de la vida. Porque tener hijos es contraer una gran responsabilidad.
Hoy que vemos cómo aumenta sin límite la oferta de cuerpos de mujeres y se nos dice que prostituirse es normal, vemos cómo esta “libertad” de mercado va de la mano de los viejos y nuevos controles que quieren establecerse para impedir que las mujeres tengamos el control de nuestro poder de reproducción.
La lucha de las mujeres, la mitad de la raza humana, ha tenido que ser la lucha por ser consideradas personas. Sí, las mujeres somos personas, naturaleza consciente. Y ser una persona es tener un proyecto de vida. Y esto hay que decirlo muy claramente: los hijos forman o no forman parte de un proyecto de vida. Por eso, si se cuestiona nuestro derecho a decidir si queremos tener un hijo o no, lo que se está cuestionando es nuestro derecho a ser personas, nuestra consideración misma como personas.
A quien corresponda: no pensamos volver a ser cuerpos, ni trozos de cuerpo. Ni vasijas ni jarrones. Ya está bien. Como persona y como madre de dos hijos a los que deseo un proyecto de vida en igualdad y libertad haré todo lo que esté en mi mano y más para garantizar el derecho de las mujeres a decidir sobre las cuestiones realmente importantes de su vida.
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