Por Soledad Gallego Díaz
El debate sobre el velo que llevan, cada vez más, las mujeres musulmanas no sólo en el mundo árabe más tradicional sino también en países con sociedades urbanas algo más laicas como Argelia, Marruecos o Egipto, o incluso entre las segundas y terceras generaciones de inmigrantes en países europeos, se despacha muchas veces con demasiada rapidez, interpretando ese fenómeno como una simple reacción, una manera de reforzar sus señas de identidad culturales. La realidad parece ser más compleja y conviene prestar atención a lo que dicen las propias investigadoras musulmanas sobre el tema. Por ejemplo, tomar en consideración el último libro publicado por Marnia Lazreg, profesora de la Universidad de Nueva York, considerada como una de las mayores especialistas en estudios sobre la mujer en Oriente Próximo. Questioning the veil: open letters to muslim women (Princeton University Press) mantiene que la extensión del uso del velo no forma parte de un movimiento cultural sino que es producto de una política determinada, una campaña muy intensa diseñada por hombres musulmanes empeñados en atajar los movimientos a favor de los derechos de las mujeres musulmanas.
A la mujer que lleva ’burka’ se le niega su condición de persona. Se convierte en una abstracción
Esta profesora argelina no cree que los países democráticos deban legislar sobre la forma de vestir de sus ciudadanos, pero reclama una mayor atención sobre las consecuencias del uso del velo y sobre el efecto que tiene, especialmente en las mujeres más jóvenes. Lazreg no oculta su desprecio por posiciones como las de Naomi Wolf, la escritora norteamericana que se considera representante de una "tercera oleada" del movimiento feminista y que cree que el velo libera a las mujeres musulmanas de la presión sexual en países fuertemente machistas y les permite una mayor libertad personal. Marnia Lazreg piensa que este tipo de ideas y teorías pretendidamente académicas "valen para una charla de café" pero que son "simples y peligrosas". Lamenta también que intelectuales musulmanes como Tariq Ramadan acepten planteamientos tan simplistas.
En su labor de investigación, la socióloga pregunta a muchas mujeres musulmanas las razones por las que llevan el velo y encuentra que, en la mayoría de los casos, creen que es una imposición del Corán (lo que no es cierto). Las que vuelven a ponerse el velo, después de habérselo quitado o de no haberlo llevado nunca, no lo están haciendo, en muchas ocasiones, como muestra de piedad religiosa. Tampoco lo hacen como demostración de su identidad cultural. La mayoría está sucumbiendo sencillamente a una fuerte presión, una campaña que se desarrolla por tierra, mar y aire: desde vídeos en YouTube hasta DVD, literatura... El uso del velo responde más a las idas y venidas de las ideologías imperantes en el mundo musulmán, y al machismo más atroz, que a cuestiones culturales o de modestia religiosa, deduce. Y las mujeres musulmanas deben darse cuenta de ello porque sólo será posible suprimirlo si ellas se convierten en agentes sociales del cambio, como empezó a serlo en los años sesenta.
Lazreg distingue, por supuesto, entre el uso del burka (que tapa a la mujer de la cabeza a los pies y la obliga a mirar a través de estrechas ventanas) y los otros tipos de velo que llevan las mujeres musulmanas. Y no tiene paciencia para esperar la desaparición del burka, una prenda que impide el reconocimiento del individuo y niega al ser humano que lo lleva. Una mujer que lleva el burka es una mujer a la que se niega la condición de persona, de individuo, y que se convierte en una abstracción, con el enorme riesgo que ello supone incluso para su integridad física. El velo tiene un efecto mucho menos perverso, pero aun así tiene consecuencias psicológicas importantes para las jóvenes muchachas que comienzan a llevarlo y a las que se intenta convencer asegurándoles que implica el orgullo de ser musulmán, cuando se trata de una señal de sometimiento relacionada con las mujeres y no con su religión.
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