Por Montserrat Boix
La parte positiva de este debate sobre la modificación de la ley del aborto en España es que permite ver a cada quien en su verdadera piel, para bien y para mal.
Es decepcionante, por ejemplo, leer que a alguien con prestigio de bien pensante como al filósofo asturiano Gustavo Bueno no sólo, como se diría coloquialmente, "se la va la olla" en sus reflexiones sobre el tema sino que insulta y agrede a las mujeres.
«La mujer que reivindica no ser una contenedora ya tiene bastante encima con un cerebro tan pequeñito», aseveró Bueno, antes de acusar a la ministra Aído de tener ideas «claras y cortas" recoge "La Nueva España" en su crónica titulada Gustavo Bueno: «A la ministra que separa la religión de la razón habría que tirarla por la ventana»
Se trata de un comentario no sólo de mal gusto y sexista sino violento. Violencia de género verbal, pero no menos violencia pura y dura, ejercida por alguien que debería ser un referente ético e intelectual y que, sin embargo, saca en este debate su visceralidad más oscura y alejada de la razón.
Pero también es gratificante leer las múltiples respuestas de la sociedad como reacción a este tipo de opiniones fundamentalistas y retrógradas cada vez más minoritarias.
"Tranquilos, el pecado no es delito" cuenta hoy Juan G. Bedoya en un estupendo reportaje publicado en El País donde se recuerda el papel de la Iglesia frente a las leyes del Gobierno. La experiencia franquista acostumbró a la Iglesia a fijar su moral en la ley - El aborto es el último campo de batalla entre Estado de derecho y religión
Gracias Ministra Aído por situar el debate en el lugar pertinente: «A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado, pero no qué es delito». ¡Estamos contigo!
Fuente: Blog de Montserrat Boix
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