Por Francho Barón
Muchos se preguntan en Brasil qué diría el fallecido arzobispo de Olinda y Recife, Hélder Câmara, si levantara la cabeza y asistiera a la polémica que mantiene estupefacto a todo el país. Câmara fue un profundo humanista, precursor de los movimientos católicos de base y furibundo activista por la defensa de los derechos civiles y humanos. Se enfrentó a cara de perro al régimen militar que subyugó a Brasil durante 21 años, que lo persiguió y lo acusó de comunista.
Su sucesor, José Cardoso Sobrinho, parece no mirarse en su espejo. O, al menos, ésa es la opinión más extendida entre los brasileños después de que el prelado haya anunciado la excomunión de los médicos y la madre de una niña de nueve años violada por su padrastro, que la semana pasada abortó de dos gemelos frutos de la agresión sexual. Según los médicos, su vida corría riesgo si el embarazo continuaba su curso. La ley brasileña también la amparaba para interrumpir la gestación. Pero ninguna de estas razones ablandó al arzobispo, que vio en la decisión de abortar un acto de perversidad moral incompatible con la confesión católica.
El caso ha enfrentado a Lula con la cúpula eclesiástica del país La onda expansiva del caso llegó la semana pasada a los pasillos del Vaticano, donde el cardenal Giovanni Battista Re, estrecho colaborador del papa Benedicto XVI y presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, declaró al rotativo italiano La Stampa que "el verdadero problema es que los gemelos concebidos eran personas inocentes, que tenían el derecho innegable a la vida. La Iglesia siempre ha defendido el derecho a la vida y debe continuar haciéndolo, sin adaptarse a las modas de cada época o al oportunismo político". De esta manera, la alta curia vaticana cerraba filas en torno al polémico cardenal Cardoso Sobrinho, que pese a todo sigue sin contar con la comprensión de la mayoría de los creyentes brasileños.
La airada reacción de la Iglesia romana fue provocada, en parte, por las declaraciones sin medias tintas del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva: "Como cristiano y como católico, lamento profundamente que un obispo de la Iglesia católica tenga tal comportamiento conservador. No se puede permitir que una niña violada por su padrastro tenga ese hijo, para empezar porque la vida de esa niña corría riesgo. Creo que en ese aspecto la medicina tiene más razón que la Iglesia". La clave está en que desde el Gobierno de Brasilia se subraya que el aborto en este país es un asunto de salud pública mucho antes que de dogmas religiosos. Miles de mujeres abortan cada año clandestinamente en Brasil, en condiciones infrahumanas, y muchas de ellas no logran salir con vida de las intervenciones.
Un día después de la declaración de Lula, el arzobispo Cardoso Sobrino replicó: "Si el presidente desea hacer un pronunciamiento sobre un asunto teológico, yo le sugeriría que primero pidiese ayuda a sus asesores que sepan de teología, que conozcan la doctrina de la Iglesia católica". El cardenal brasileño, Geraldo Majella Agnelo, tampoco quiso contenerse: "Si el Gobierno no defiende la vida humana desde su concepción, ¿qué va a defender?".
En Brasil, la separación de papeles entre la Iglesia y el Estado está claramente plasmada en el preámbulo de la Constitución de 1988. Pese a la laicidad del Estado, las relaciones de Lula con la religión católica siempre han sido especialmente cordiales por razones que se remontan a su época de líder sindical y militante de la izquierda más recalcitrante. Brasil, como el resto de América Latina, fue en la segunda mitad del siglo XX un semillero de movimientos eclesiásticos de base, entre otros, la teología de la liberación. Durante la dictadura militar, estos movimientos dieron una amplia cobertura a miles de activistas de izquierdas, algunos de los cuales hoy son militantes del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y forman parte del Gobierno. La relación sentimental con la Iglesia viene de lejos, pero en este caso no ha sido suficiente para evitar el choque.
Actualmente, la ley sólo permite abortar en casos de violación o cuando corra riesgo la vida de la madre. Existe un tercer supuesto, aún en vías de aprobación, para los casos de malformación fetal incompatible con la vida. En el caso de la niña de nueve años convergían los dos primeros supuestos. El embarazo, de 15 semanas, era de altísimo riesgo tanto por las dimensiones de los órganos de la niña, aún en fase de crecimiento, como por tratarse de una gestación de gemelos. El padre biológico de la niña quería que los gemelos viesen la luz. La madre se mostró irreductible ante la posibilidad de que el embarazo continuara su curso.
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