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Sobre conceptos y derechos universales

Àngels Martínez i Castells

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Desde hace tiempo las mujeres que luchaban por la igualdad de derechos generaron un debate muy interesante que en estos últimos días y en el marco de la campaña política en Catalunya parece haber vuelto a la actualidad: demostraron que los valores y costumbres de cada época en mayor o medida contaminados de patriarcado y democracia en precario distorsionaban los conceptos “universales” generalmente aceptados como tales, pero en la realidad bastante restringidos. Por ejemplo, hace cien años en base a la denominación universal “los votantes” se escondía el hecho de que las mujeres no tenían derecho a voto.

La utilización descuidada y abusiva de universales no sólo ha permitido invisibilizar a las mujeres, sus trabajos y su importancia social durante siglos sino que también las excluía del ejercicio de la mayoría de los derechos de ciudadanía. Y buena parte de esta exclusión -por ejemplo, en lo que al derecho al voto se refiere-se justificaba por su breve paso por las aulas. Así, cuando a principios de este mes celebramos el 75 aniversario de la consecución del voto femenino en la II República recordamos que Clara Campoamor, en el alegato definitivo, apeló a los progresos hechos en escolarización por las mujeres frente a los argumentos elitistas de Victoria Kent y el resto de oponentes.

En estos últimos años las mujeres han ocupado de forma masiva los centros de enseñanza, las Facultades y en menor medida pero de forma creciente las Escuelas Técnicas Superiores, con un alto grado de madurez y aprovechamiento consiguiendo en general mejores calificaciones y resultados académicos -no así profesionales por motivos que exigen otro artículo— que sus compañeros masculinos. Sin embargo, en estas elecciones no hay ninguna mujer cabeza de lista en ninguna de las cinco formaciones políticas con posibilidades de sacar escaño, O sea, que en pequeña parodia podríamos descubrir la falacia del supuesto universal “cabezas de lista” puesto que no contiene ninguna persona de la mitad más numerosa de la población, sin que se hayan publicado demasiadas opiniones críticas al respecto. Por el contrario sí ha surgido el tema del paso por las aulas universitarias de los hombres candidatos, y me ha sorprendido que dos profesores de la UPF, en distintos medios, parecieran reprobar que uno de los cabezas de lista no tuviera en su haber curricular un Diploma firmado por el Rey. Incluso se afirmó que en Alemania para ser Canciller se debía haber alcanzado el grado de doctor... y el tertuliano parecía encantado con este requisito...

Como tuvo que debatir Clara Campoamor, condicionar el derecho de voto y elección al nivel de enseñanza oficial recibida constituye un intento de restricción de los derechos democráticos que como mínimo no debe pasar desapercibido. Atenta tanto a la calidad de la democracia que pretendemos como el vergonzoso debate sobre la catalanidad de los apellidos: sin embargo, la incorrección política de este último aspecto era tan notoria que ahora sólo se reserva a las charlas en la intimidad. Una cosa es desear para todas las personas el máximo de formación, enseñanza, cualificación y cultura -lo cual implica extensión de los derechos y reducción de las desigualdades— y otra muy distinta elevar el certificado universitario a condición “sine qua non”..

Por otra parte, la supuesta excelencia del paso por la academia la desmontó en los años 90 Carlo M. Cipolla (1922-2000), profesor de historia económica de diversas universidades europeas y de los Estados Unidos y autor de investigaciones clave sobre la moneda y el funcionamiento de las economías preindustriales..... (podría seguir enumerando méritos, pero supongo que nadie duda de las cualidades intelectuales que adornaron su brillante curriculum....) Pues bien, del Dr. Cipolla, se publicó en Barcelona un divertimento que recomiendo por su frescura, ingenio, y capacidad pedagógica sobre la humildad y el comportamiento humano titulado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” dentro del libro Allegro ma non troppo (título que contiene, en el fondo, más que una anotación musical toda una filosofía de vida). La brevedad del ensayo me alienta a recomendar su lectura desde la primera a la última línea, pero quiero destacar que en el capítulo dedicado a lo que el autor considera la Segunda Ley Fundamental se describen unos supuestos estudios empíricos realizados dividiendo la población de una universidad en cuatro grandes grupos: bedeles, empleados, estudiantes y cuerpo docente, para encontrar el mismo porcentaje de estúpidos en todos los niveles, tanto si se trataba de una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso como uno desconocido...

Nada nos impide generalizar a nuestra sociedad la supuesta investigación cipolliana, puesto que el propio autor llega a afirmar que la ley se demuestra en todos los ámbitos: incluso una fracción de los premios Nobel estaría constituida por estúpidos... (y sería interesante saber si en opinión del malogrado Dr. Cipolla destacaban las aportaciones de alguna disciplina en concreto...)

Pero al margen de disgresiones profesionales, quisiera ratificar que el grado académico no es en absoluto garantía de calidad personal, sensibilidad social, honradez, capacidad de trabajar mucho y bien, y rodearse de un buen equipo. A mayor abundamiento, la obtención de un título universitario es un requisito burocrático fácilmente superable en determinados países con esfuerzos que poco o nada tienen que ver con los del intelecto. Y, en sentido contrario, el reconocimiento de los méritos profesionales e intelectuales de las mujeres implica casi siempre mucho más esfuerzo, intensidad y calidad que en el caso de los varones. Vale la pena, pues, aprovechar la ocasión para recordar las aportaciones al conocimiento hechas por mujeres, como el cuestionamiento de la falsa universalidad de determinados conceptos y valores. Y mientras tanto deleitarnos con la fina ironía del texto citado que pone en su lugar los engolamientos poco diestros que no benefician ni siquiera a quien los exhibe.... De eso precisamente trata el pequeño ensayo del profesor Cipolla.

P.-S.

Profesora de política económica de la UB



2006-10


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