Escasos y desarticulados programas oficiales para ellas
Por Miriam Ruiz/CIMAC
A lo largo del sexenio que termina, las mujeres indígenas estuvieron en las fotos, pero no en los programas; en los discursos, pero no en los lugares donde se toman las verdaderas decisiones. La lucha, dicen, sigue.
Para Marta Cilia, integrante de la organización Fotzi Nahno, conformado por mujeres otomíes en Querétaro, pese a la lucha de las mujeres indígenas, ellas fueron "solo membrete" frente a las organismos de gobierno, pero también al interior de sus organizaciones.
"Nosotras conformamos una red de mujeres indígenas, en los diferentes encuentros y reuniones preparatorias (reportan que) han avanzado en cargos de sus organizaciones pero no realmente en la toma de decisiones", dijo la trabajadora social en entrevista.
Como se propone en la esfera internacional, 30 por ciento ha logrado tener nivel de decisión, algunas con el cargo "casi de prestanombres" ante la obligación de tener mujeres en consejos directivos.
Los programas, confirma Cilia, son desarticulados y escasos. Y aún los que están bien diseñados dijo al poner como ejemplo los impulsados por Paloma Bonfil, se replican de manera inadecuada en las comunidades.
Ante tal inercia oficial, es difícil revertir los índices de alta mortalidad, baja participación económica que hace de las 6.4 millones de mujeres indígenas, la población más vulnerable.
El índice de desarrollo humano para algunos municipios indígenas, como Santiago del Pinar es tan bajo como el de Pakistán. Sólo una de cada tres mujeres indígenas se cuenta en la Población Económicamente Activa (PEA) frente a 75 por ciento de los varones indígenas, de acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres)
Mientras que sólo una de cada cuatro mexicanas en las ciudades se unen y tienen hijos antes de los 18 años, la mitad de las mujeres indígenas ha formado un hogar en ese rango de edad.
En el lado positivo, en estos últimos tres años, las líderes indígenas han ganado libertad de movimiento "no tienen que venir necesariamente acompañadas de otra compañera," dice Cilia "hay más confianza y respeto a su labor."
"Los avances en este sexenio se dieron en los niveles micro y regionales, más que nacionales", asegura la asesora en desarrollo económico y derechos humanos. Y resalta el caso de las traductoras en una región veracruzana que trabajan en los ministerios públicos, de manera no oficial, cuando hay otras mujeres denunciantes, por ejemplo, de violencia sexual.
"Va avanzando, se escucha a las mujeres participar, está en el papel pero no se escucha a la ciudadanía," son los ritmos de las instituciones pero no se escucha realmente.
Aunque las mujeres indígenas se postulan para contender por presidencias municipales -como la líder mixteca Hermelinda Tiburcio en Guerrero- al igual que el resto de las mexicanas carecen de apoyo y recursos económicos para sacar sus campañas adelante.
La apuesta para el próximo sexenio, propone Cilia es que se dé la vuelta en las instituciones para tener a las indígenas en los lugares estratégicos: que sean las funcionarias y no las asesoras.
Esto daría un nuevo carácter a las instituciones oficiales donde se decide sobre la vida de las mujeres indígena.
Sería una medida afirmativa, dado que requieren el apoyo constante de asesores y equipos técnicos. Pero ellas, sostiene Cilia, "tienen toda la fuerza para hacerlo, ellas hacen cosas increíbles y sus trabajos en comunidad."