*Fotografia: Varias mujeres de origen rarámuri en una calle de la capital del estado de Chihuahua
Oksana Volchanskaya
EL DIARIO
Chihuahua— La prostitución de las mujeres indígenas está estrechamente ligada a la migración, manipulación de gente externa, alcohol, drogas y la miseria.
Hasta las sofisticadas prácticas de tráfico de mujeres y adolescentes han llegado a las comunidades indígenas. Los “lenones” de Chihuahua y Juárez llegan a los poblados serranos para reclutar a las mujeres jóvenes con la promesa de un trabajo, pero el objetivo real es prostituirlas.
“Se dio en la región de Norogachi, donde unas ocho jovencitas hace poco regresaron y contaron sobre el trabajo que las obligaron a hacer; y se da también en otras zonas”, denuncia Juan Gardea García, nativo de Norogachi, municipio de Guachochi, quien es también asesor de la Coordinadora Estatal de la Tarahumara.
Además de una amenaza para la integridad indígena, la prostitución ataca con las enfermedades venéreas, e incluso con sida. El peligro aumenta todavía más, ya que entre nativos existen creencias que si en una fiesta típica la enfermedad la pasan a otra persona, se van a curar.
“Se van con esa creencia de la ciudad a la sierra a contagiar a más personas, porque ya se han dado casos de las mujeres que tienen sida”, asegura Gardea García.
Así, entre ignorancia y pobreza, las mujeres indígenas caen en redes del oficio más antiguo del mundo, sin reparar en las consecuencias.
Herencia de la migración
La mayor parte de esa problemática se observa en las ciudades grandes, donde está concentrada la población migrante.
“Aunque la migración es una condición natural del ser humano en todo el mundo, los indígenas, por lo general, llegan a otros lugares con pleno desconocimiento de éstos”, señala Horacio Echevarría González, presidente del Centro de Estudios Multidisciplinarios en Investigación Intercultural.
Una vez que abandonan su hábitat, se convierten en población flotante, “no son ni de aquí ni de allá”.
Echevarría González relaciona la prostitución de indígenas con el fenómeno de migración.
“Llegan a vivir en un cuarto ocho personas, en condiciones del total hacinamiento, de modo que entre los miembros de la misma familia se dan relaciones sexuales”, dice el investigador.
Además, muchos tienen un contacto físico sexual desde muy temprana edad y a la larga lo hacen cotidiano, hasta que la práctica sexual se convierte en una opción de conseguir ingresos.
Se estima que en el Estado de Chihuahua hay alrededor de 200 asentamientos indígenas, desde los organizados hasta los más improvisados. Sólo en la capital, surgieron unos 70 asentamientos, poblados por la población que emigra de la sierra.
En cuanto a los migrantes locales rarámuris, hay unas mil 300 familias, distribuidas entre las ciudades de Chihuahua, Juárez, Parral, Cuauhtémoc y Delicias, principalmente. Si se toma un promedio de seis miembros por familia, darían en total 7 mil 800 rarámuris que ya están viviendo en zonas urbanas.
A esto se le suma los que emigran de los estados sureños —mazahuas, nahuas, otomíes y mixtecas.
Según los cálculos del Centro de Estudios Multidisciplinarios de Investigación Intercultural, hay alrededor de 30 mil indígenas viviendo en las diferentes ciudades del estado.
Cadena de vicios
Los detonantes de la prostitución, en este caso, son los mismos de siempre: el alcohol y la droga. Sólo que para los indígenas se confunden las medidas y las bebidas.
“En la sierra, todas las comunidades tienen su bebida sagrada que es el batari (tesgüino), pero en las ciudades no hay de esa bebida ni tampoco centros de reunión indígenas”, expresa Juan Gardea García.
En consecuencia, las cantinas, como la única opción, con la cerveza y licor barato se convierten en centros de reuniones, donde asisten incluso mujeres. Es ahí donde algunos hombres se ponen listos, embriagan a las mujeres indígenas y se aprovechan de ellas.
Finalmente, los así llamados “lenones” terminan por manipular y convencerlas de que es más fácil y rentable vender el sexo que trabajar ocho horas.
“Es gente externa que las mete en eso”, asegura Gardea García.
Pero no sólo las grandes ciudades representan el vicio para los indígenas. En las zonas más pobladas de la sierra, como Guachochi, Creel, San Juanito también se promueve la prostitución, aseguran los mismos indígenas.
Lo califican como una amenaza para la integridad étnica, pero también una como una bomba infecciosa. Y es que la propagación de las enfermedades venéreas ya es un hecho en la sierra.
“Hay casos de que las jovencitas indígenas se convierten en amantes de hombres adinerados, que ni les pagan, sólo les dan comida y hospedaje”, dice Juan Gardea García.
Los vicios propios de la ciudad, aunados a la pobreza y falta de oportunidades laborales para los indígenas y agravados con la pérdida de la integridad, resultado de la migración, golpean a la gente más vulnerable. En muchos casos resultan ser las mujeres y adolescentes quienes caen en las redes del negocio del cuerpo.
Fuente: diario.com.mx