Por Giuliana Sgrena
para “Il manifesto” (15 de octubre de 2005)
Traducción de Gonzalo Hernández Baptista
La paradoja es grotesca. Para entrenderlo, miremos el referéndum constitucional que se desarrolla hoy [15 de octubre] en Iraq. Los iraquíes están llamados a las urnas para apoyar un texto que en su mayoría no conocen. ¿De qué Constitución se trata? Las Naciones Unidas deberían haber difundido cinco millones de ejemplares, pero son pocos quienes han podido leerla. Hasta la vigilia de las votaciones, por problemas de seguridad, no se conocían ni siquira los colegios electorales. Y se vota bajo toque de queda, en un clima de tensión y miedo. Porque esta vez también algunos grupos armados -sobre todo en Ramadi- han amenazado a quienes se atrevan a acercarse a las urnas. Una historia ya repetida en el “triángulo suní” el pasado 30 de enero. Pero, a diferencia de las elecciones legislativas, hay quien sostiene -incluidos los grupos radicales de Falluja- la idea de que en esta ocasión se pueden usar las urnas para rechazar de plano una Constitución que ha excluido a la minoría suní y que, además, llevaría al desmembramiento del país. Los suníes podrían aprovechar una enmienda concedida a los kurdos en la ley de transición y que haría posible rechazar la Constitución con la mayoría de los dos tercios alcanzada ya en las tres provincias. Una opción nada lejana que teme incluso el Gobierno, ya que pocos días antes de la elecciones había intentado cambiar la ley electoral. Intento fallido por la oposición de la ONU. Pero la comunidad suní está demasiado dividida para aprovechar esta enmienda, que sobre e papel es una garantía para todas las minorías.
Al partido islamista iraquí -unido a los Hermanos musulmanes y en parte ya en el Gobierno anterior- lo ha rescatado en el último momento el presidente Jalal Talabani (bajo fuerte presión americana) con promesas de que el futuro Gobierno podrá cambiar la Constitución, un texto que todavía no ha ratificado el voto popular. Los ulema (los líderes religiosos suníes) han condenado este repentino cambio de chaqueta e invitan a votar por el no, caballo de batalla también de los líderes radicales. Mientras que el resto, ante lo cual, se han declinado por el boicot. Falluja, que siempre ha sido el símbolo de la resistencia, donde muchos se han inscrito en las listas electorales, será una prueba de fuego. Los partidos -como nos cuenta Mohammed Abdullah, del Centro de estudios por los derechos humanos y la democracia de Falluja- no han permitido la creación de comités independientes con función de observadores durante el voto, lo cual sería una garantía contra el fraude electoral. Muchos temen el pucherazo. Justo por esto son tantos los que piensan que no merece la pena jugársela yendo a votar.
Contra esta Constitución votarán también los partidarios del líder radical chií Muqtada al Sadr. Pero, como suele ocurrir, al final muchos chiíes podrían atender a las indicaciones de su máxima autoridad religiosa, el gran ayatollah Ali al Sistani, que les ha dicho que voten por el sí. O sencillamente, a pesar de que en su mayoría son contrarios al federalismo, previsto por la Constitución y defendido a ultranza por los kurdos, no querrán dejar escapar la posibilidad de apropiarse del petrolio producido en los yacimientos de Bassora (el 60% de la producción nacional).
Ocurra lo que ocurra, aunque hoy no haya atentados espectaculares, el resultado de la jornada electoral será a buen seguro desastroso y llevará al desmembramiento del país. Divido en tres bloques, según la elección federalista -Kurdistán al norte, centro suní y sur chií- , todos unidos por la identidad islámica, y ya no árabe -por otra parte, los kurdos nunca fueron árabes- , que inducirá a que la sharia sea la única ley reinante.
Los únicos derrotados no serán los suníes -marginados por la política, purgados en el proceso de debate y excluidos en la repartición del petróleo, ya que el “triángulo suní“ no dispone de pozos-, sino también los laicos y sobre todo las mujeres. Ellas han protestado, inútilmente, contra la islamización y han visto mermados sus propios derechos. Y aún antes de que entre en vigor el Tratado ya han llegado las milicias religiosas a imponerles sus propios dictados.
La Constitución se aprobará, porque conviene a la agenda de Washington. Las prioridades de Bush han prevalecido siempre sobre las de Bagdag. Poco importa que Iraq retroceda irrevocablemente en su propia historia. O si la democracia en Iraq muere, mientras que pelea por nacer.
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