Por María Viadero Acha
Maria Viadero Acha es Responsable de Género de Mugarik Gabe
En ninguna región del mundo las mujeres y los hombres tienen los mismos derechos sociales, económicos y jurídicos. El informe de Social Watch 2008 visibiliza que la brecha de género persiste en todos los países del mundo y la tendencia general es a un progreso muy lento o nulo hacia la igualdad entre mujeres y hombres1. De los 1200 millones de seres humanos sumidos en la pobreza, aproximadamente el 70% son mujeres. Este mismo informe destaca que el empoderamiento de las mujeres no depende del nivel de riqueza de los países y que un alto desarrollo económico no conduce necesariamente a la equidad de género.
No es excepcional el caso del Estado Español donde siguen existiendo ocupaciones claramente feminizadas y discriminación salarial. Así mismo el debate actual de la Ley del aborto, refleja las contradicciones y resistencias políticas y sociales ante este tema clave para la garantía de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres (en los últimos 20 años se ha dado un incremento del 506% en las interrupciones voluntarias del embarazo). En los procesos de toma de decisiones la presencia de mujeres sigue siendo muy reducida en altas instancias de “poder económico” (6,5% en los Consejos de Administración del IBEX-35). Sin olvidar en este rápido análisis la violencia de género, con 561 mujeres asesinadas entre 1999 y 2007 por sus parejas o ex parejas.
Desde el movimiento feminista se han realizado claros análisis que apuntan a causas globales, el XI encuentro feminista de Latinoamérica y el Caribe visibilizó que hoy en día ya no es únicamente el fundamentalismo religioso sino diversos sectores hegemónicos de la sociedad, la política, la economía y los medios de comunicación los que operan articuladamente ante la globalización, logrando maneras más eficientes para reproducir la cultura patriarcal y desigual.
Ante este panorama los enfoques de la Cooperación al Desarrollo han ido evolucionando, para avanzar hacia el enfoque de Género en el Desarrollo. Las estrategias para la aplicación de este enfoque han sido principalmente:
1. La transversalización. Valora las implicaciones que tiene para los hombres y para las mujeres cualquier acción que se planifique, ya se trate de legislación, políticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles (ECOSOC, 1997).
Después de más de 10 años de aplicación de la misma se comprueba que en algunos lugares ha supuesto una disminución de los recursos para proyectos específicos para mujeres y enfocados a la mejora de sus condiciones de vida, el logro de su empoderamiento y el fortalecimiento de las organizaciones de mujeres. Autoras como Sara Longwe, nos hablan de la “evaporación del género” refiriéndose a cómo las temáticas relacionadas con la equidad de género tienden a diluirse y no concretarse en políticas e indicadores específicos y estratégicos.
En otros casos esta transversalización no se ha concretado en aspectos estratégicos sino que se ha quedado en “lo políticamente correcto”: desagregación de datos, cuidado con el uso del lenguaje y alguna “actividad para mujeres”. Como plantea Clara Murgialday, esta estrategia no funciona “cuando no ha sido puesta en práctica con el respaldo de la voluntad política transformadora que le es consustancial”.
2. Acciones específicas. Acciones relacionadas con el empoderamiento, cuyo objetivo es empoderar a las mujeres mediante el acceso a los recursos, a la autonomía y al poder. Esta estrategia busca satisfacer sus intereses estratégicos, mediante su organización y movilización a partir de sus necesidades prácticas.
Estas estrategias deben ser aplicadas conjuntamente para logar la equidad y la justicia de género, imprescindibles para el logro de un desarrollo humano sostenible. Para ello es necesario el diseño y desarrollo de estrategias de actuación tanto por parte de las ONGD y otros movimientos sociales, como de las instituciones publicas de cooperación y tener en cuenta algunas claves como:
- Cambiar la mirada de la cooperación más técnica, financiera o de ayuda, hacia el establecimiento de relaciones de corresponsabilidad. En el caso de las ONGD potenciar la reflexión y análisis internos y priorizar la articulación política y social sobre las “lógicas de los proyectos”. Trabajar por generar y fortalecer alianzas entre las ONGD, con el movimiento feminista y otros colectivos sociales, en lo local e internacional.
- Visibilizar la importancia de los procesos de sensibilización y educación al desarrollo y de que estos incorporen la perspectiva de género, para romper con los prejuicios sexistas aún existentes y por las posibilidades que estas herramientas tienen en la difusión y denuncia de las situaciones de desigualdad aquí y a nivel internacional y en la generación de nuevos modelos más equitativos.
- Las instituciones públicas deben plantear políticas de coherencia institucional, tanto internas como de gobierno. En el caso de los departamentos o agencias de cooperación, es necesario que sus políticas y planes sean coherentes con la política que las administraciones están aplicando en el resto de sectores (medio ambiente, defensa, economía, asignación de presupuesto,…). Además se deben definir políticas de género propias que establezcan compromisos concretos en temas como la asignación presupuestaria, el personal o las temáticas a priorizar. La definición de políticas de género propias es responsabilidad de todos los agentes implicados, también en las ONGD, organizaciones mayoritariamente feminizadas en las que es necesario integrar estrategias de transformación que rompan con las resistencias y desigualdades de género que, si no, tendemos a reproducir.
- Intercambiar y aprender de las propuestas transformadoras provenientes de la cosmovisión indígena, del feminismo y otros colectivos. La Cooperación debe acercarse a estas discusiones para tener una visión más amplia y dinámica de la realidad, profundizando en las propuestas del momento político actual y cuestionando el modo de vida occidental.
- Incorporación de la perspectiva de género en los procesos de desarrollo, sin excusas. En este sentido la voluntad política de la que hablaba previamente vuelve a ser la clave. Después del tiempo trabajado a nivel internacional, desde el movimiento feminista y desde la cooperación, ya se sabe cómo. Ahora es necesario invertir los recursos y establecer los mecanismos que apoyen esta incorporación. Son procesos a largo plazo, pero hay que ir dando pasos, seguir apoyando los procesos e ir aprendiendo de ellos. Algo sí hemos aprendido ya y es que no hay acciones neutras al género, así que cualquier proyecto que no incorpore la perspectiva de género es que sigue reproduciendo las desigualdades.
- Apoyo y fortalecimiento de organizaciones de mujeres y del movimiento feminista. En este sentido también priorizar procesos específicos para trabajar las desigualdades de género, exigiendo requisitos mayores pero garantizándoles un volumen importante de recursos y estabilidad en el apoyo financiero, elementos necesarios para que las ONGD y sus socias locales puedan promover auténticos procesos de empoderamiento de las mujeres.
- Romper con la idea de que la Equidad de género es la “ayuda a las mujeres del tercer mundo”. Introducir una visión más política que tiene que ver con el análisis de las causas de la desigualdad y la definición de estrategias de transformación. Entre ellas la generación de movimiento y también la visibilización de las responsabilidades y trabajo con los hombres.
- Visibilizar, apoyar y denunciar temáticas clave como son los derechos sexuales y reproductivos, la violencia contra las mujeres, la participación política y económica de las mujeres en todos los espacios y la necesaria laicidad del estado.
El movimiento feminista, en el Foro Social de las Américas, nos propone transformaciones profundas y radicales de las relaciones entre las mujeres y los hombres y con la naturaleza, para garantizar el buen vivir. Estas transformaciones pasan por un proceso de construcción de pactos y alianzas fundados en el reconocimiento de la autonomía y las diversidades, en el marco de una democracia que abarca los espacios íntimos, domésticos, laborales, políticos y públicos.
Esta Guía puede resultar útil para hacer planificaciones participativas (...)