¿A qué viene tanto revuelo por que la ministra de Defensa esté embarazada? Esperar un hijo no inhabilita para pensar, leer, hablar o tomar decisiones. No nubla el entendimiento ni perjudica la inteligencia. No afecta, ni para bien ni para mal, a la honradez o la competencia profesional. Estar embarazada no es una enfermedad y, además, en la mayoría de los casos, es una situación que dura, casi exactamente, nueve meses. Es cierto que se pierde agilidad física, pero ya dijo otro presidente del Gobierno español, José Canalejas, en 1910, que la agilidad es necesaria para subirse a los árboles, pero no para gobernar a los pueblos. Tampoco a los militares.
El revuelo provocado por el nombramiento de Carme Chacón y por el hecho de que en este Gobierno haya más mujeres que hombres ha dejado en evidencia que en este país hay muchos más periodistas que políticos contaminados por un defecto muy evidente: la falta de respeto hacia las mujeres. Respetar no significa tratar a alguien con deferencia. Se trata más bien de lo que dijo Erich Fromm: la habilidad de ver a una persona como es, de ser consciente de su única individualidad. Y eso, examinar a las ministras individualmente, como se hace con los ministros varones, va más allá de la capacidad intelectual o cultural de estos ágiles comentaristas, aptos únicamente para hablar del "batallón de modistillas" o para poner en duda que una mujer con un bebé "pueda asistir durante muchos meses a las reuniones de sus colegas de la OTAN". ¿Por qué no podrá ir Chacón a las reuniones de la OTAN? ¿Tienen algo infeccioso sus colegas que le aconseje mantenerse alejada de ellos?
A los militares les gobiernan los políticos y si algo está claro respecto a Carme Chacón es que es, precisamente, alguien dedicada a la política desde hace ya muchos años, una de las pocas personas de este Gobierno que procede del aparato del partido socialista, como el propio Zapatero. Tiene empuje e inteligencia. Lo hará bien o mal pero, desde luego, la culpa no será del bebé o de su condición de mujer.
Dicho todo esto, parece que Rodríguez Zapatero es seguidor de la doctrina filosófica de John Austin, un británico que escribió un libro titulado How to do things with words (Cómo hacer cosas con palabras). Según esa doctrina, al pronunciar determinadas palabras no se "decía" algo sino que se llevaba a cabo una acción. No se trata, pues, de tender hacia el marketing político, como algunos le reprochan, sino del convencimiento de que las palabras "hacen" cosas. En particular, las suyas.
Ojalá tenga razón, sobre todo en los temas de igualdad y el hecho de que haya "nombrado" ese nuevo ministerio sea suficiente para alcanzar algunos efectos reales. El dato de que la ministra, Bibiana Aido, tiene 31 años no es una ventaja, sino un inconveniente para el desarrollo de su complicada labor. Crear un ministerio de los llamados transversales, es decir, cuyas competencias se cruzan con las actividades de otros departamentos, exigiría más experiencia y mucho más peso político del que aporta Aido. La situación se comprende fácilmente si se compara, por ejemplo, con el Ministerio de Economía y Hacienda. Tener 31 años no sería una ventaja, sino un problema para hacerse cargo de esa cartera, por muy valioso que fuera el titular. La juventud de la ministra no pone en duda su competencia ni su conocimiento pero, lamentablemente, está indicando que su ministerio no es tan importante como los de Justicia, Economía o Exteriores. Lástima que la apuesta no fuera mayor y que el departamento de Igualdad no nazca con más determinación.
Lo curioso del Gabinete con el que comienza la legislatura no es, sin embargo, la llegada de nuevas ministras y ministros. Es significativo, sin duda, que se incorpore al Gobierno Miguel Sebastián. O que la nueva ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, esté próxima a José Blanco y sea, quizás, una posible candidata a la alcaldía de Madrid dentro de unos años. Todo eso es cierto. Pero lo más llamativo es saber quiénes se han marchado y quiénes se han quedado del anterior Gabinete.
Resulta difícil interpretar, por ejemplo, la salida de Jesús Caldera, responsable de la mejor iniciativa política de toda la anterior legislatura, la Ley de Dependencia, de alto contenido social. El complicado desarrollo de esa importante ley queda ahora en manos de la ministra de Educación y Políticas Sociales, Mercedes Cabrera, que llegó al anterior Gobierno como experta en Universidades, tarea que ahora se le cercena. O la decisión de dejar a Magdalena Álvarez, la ministra más polémica del Gabinete, y de expulsar a Cristina Narbona, icono de las políticas ambientales de este país, justo cuando se supone que se va a dar más importancia a la lucha contra el cambio climático. Sorprende que se quede Fernández Bermejo cuando toda la negociación sobre Justicia se encomienda al mismo tiempo al nuevo portavoz, José Antonio Alonso. Es difícil interpretar el patrón por el que se ha regido Zapatero, no a la hora de nombrar a los nuevos ministros, sino a la de valorar la acción de los que ya tienen un balance que ofrecer. De lo primero, hay siempre poco que decir. De lo segundo, debería ser más fácil comprender algo. solg@elpais.es
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