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La violencia de estado contra las mujeres

Por Lydia Cacho

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La violación de las mujeres detenidas en Atenco históricamente es de lo más normal. Los policías siguieron los mismos patrones que durante siglos han perpetrado los cuerpos militares y policíacos, no importa si las mujeres irrumpen en el espacio público o se encuentran en sus hogares, deben ser violadas porque son el botín de guerra. Por eso, por su normalización, ni el gobernador Peña Nieto ni Wilfredo Robledo el Comisionado de la policía del Estado de México, Ni Yunes, son capaces de reconocer que la violencia sexual perpetrada contra las mujeres detenidas durante la manifestación, es cierta, pero sobre todo que es un delito. Por eso ignoran el trauma psicoemocional implícito en la tortura sexual de estas mujeres, en su mayoría jóvenes estudiantes.

Durante siglos los códigos masculinos de guerra y control policíaco siguen reglas muy claras: no importa que ya se haya sometido a un pueblo bajo la dictadura -como en Argentina, Chile o la antigua Yugoslavia- la prueba de que el pueblo ha sido controlado es la colonización del cuerpo de las mujeres, y cuando ellas son activistas políticas o defensoras de derechos humanos, es decir, cuando cuestionan el mundo del poder, el castigo es justificado y alentado por los códigos de violencia masculina a través del abuso sexual, el sometimiento violatorio con objetos como armas, fusiles o palos, como en Serbia, en Palestina, en los campamentos Nazis o en las cárceles Argentinas y mexicanas. Para comprenderlo tal vez baste ver las torturas a los soldados iraquíes, más allá de las golpizas, la última de las humillaciones fue la violación anal, con órganos sexuales u objetos.

En esta tortura y violación a los derechos humanos por parte de las autoridades, están implicados como culpables intelectuales el Presidente Vicente Fox, el poder legislativo, el Secretario de Seguridad Pública federal y por supuesto el Gobernador Peña Nieto y sus cuerpos policíacos. Lo aseguro porque Vicente Fox ha sido el presidente mexicano que más tratados, convenios y protocolos internacionales relacionados con Derechos Humanos y violencia contra las mujeres ha signado en al historia de México. Está por ejemplo, el Protocolo de Estambul, cuyo propósito es proteger a las y los detenidos de torturas físicas y psicológicas, y por supuesto de torturas sexuales. Estos protocolos, como e Estatuto de Roma, son convenios civilizatorios creados para que los países se comprometan públicamente en la arena internacional y poco a poco mejoren el bienestar y la calidad de vida de su población a través de mejores prácticas judiciales. Pero para que estos tratados funcionen se necesitan elaborar reformas penales aterrizadas en el derecho mexicano. La trampa perversa está en que para aterrizar el protocolo de Estambul, el gobierno foxista puso como especialistas a militares y a expertos en Seguridad Pública que piensan tan parecido a los policías violadores y a Peña Nieto, que no ven más allá de sus narices, y en el fondo creen en la tortura como una buena forma de control social. Por eso crearon mecanismos que debilitan este protocolo y otros, como el de la Convención de Eliminación de todas las Formas de Violencia Contra las Mujeres (CEDAW).

Baste ver el vergonzoso papel que para su aplicación hizo Patricia Olamendi, desde la Secretaría de Gobernación con mucho escándalo y recursos y ningún resultado para las mujeres víctimas de violencia de Estado.

La esquizofrenia del sexenio foxista se hace cada vez más evidente en la medida en que las violaciones a los derechos humanos de la población no sólo se muestran incontrolables, sino siempre hallan justificación política en la cultura de represión e impunidad que desde el poder desprecia los derechos humanos de quienes ya no les son políticamente útiles ¿Dónde quedó el apasionado discurso de los derechos de las mujeres en voz de Fox? ¿Dónde está la señora Sahagún abanderando a las jóvenes violadas? No, la defensa de los derechos de las mujeres nunca aterriza en políticas de estado palpables porque no es resultado de la congruencia, sino del oportunismo político de todos los partidos.

Las violaciones sexuales perpetradas durante seis horas en el traslado en camión (viaje que debió durar dos horas) pusieron a las víctimas en un total estado de indefensión. Durante y luego de la tortura, una víctima pasa por sentimientos de temor y pánico, ansiedad y dolor físico. Lo último que desea es que un desconocido -como un médico legista de la prisión- revise sus genitales, la toque y la lastime. La revictimización de las víctimas de violencia sexual está suficientemente documentada y por ello las agencias especializadas de delitos sexuales que existen en México desde hace años, saben del trauma secundario y del síndrome de estrés postraumático que paraliza a las víctimas y las sume en un terror de ser revictimizadas por sus captores y aliados como los Ministerios Públicos.

En el caso de las detenidas de Atenco se hace más evidente porque aun están bajo la vigilancia de sus violadores, quienes tienen sus datos personales. Cualquiera que haya pasado por esas humillaciones será incapaz de inventar una violación sexual.

La crueldad e ironía con la que responde a las declaraciones de las mujeres violadas el comisionado Wilfredo Robledo, es idéntica a las burlas de Milósevic sobre los campamentos de mujeres violadas en Serbia, de Pinochet sobre las mujeres torturadas en las cárceles, e igual a los comentarios burlones y sexistas de Patricio Martínez en Ciudad Juárez, De Villanueva en Quintana Roo, de Mario Marín y la Procuradora de Puebla, o del muñequito Peña Nieto que invita con voz suave a olvidar el pasado y pensar que el fin justifica los medios, porque el pueblo quería paz. Las torturas y violaciones a las mujeres de Atenco son producto de una misoginia estructural, los policías sometieron a las mujeres en un festín, siguiendo un tradicional código de ensañamiento y sadismo policíaco común en México, que justifican de propia voz hombres como Kamel Nacif o Federico Arreola con un “para que ellas aprendan, o un así son los hombres”. Estas torturas sexuales deben ser investigadas hasta sus últimas consecuencias. Llamarlas mentirosas es violencia de Estado.

El ejercicio de poder en México por hombres de todos los partidos políticos, se ha caracterizado por un evidente sexismo y un sistemático rechazo de las autoridades a reconocer el derecho de las víctimas. Hablar de los derechos de las mujeres aporta votos, es políticamente correcto, pero aplicarlos implica compromisos éticos que muchos no están dispuestos a asumir. Por ello miles de mexicanas y mexicanos exigimos a las autoridades a responder y proteger a las víctimas de tortura sexual en Atenco, y al Gobernador Peña Nieto a pedir disculpas a las víctimas y a asegurarles protección para que sean escuchadas.

Leer el testimonio de una de las víctimas de Atenco



2006-05


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