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La obrá que le consolidó el prestigio como pensadora feminista fué Sexo y Filosofía (1991). En esta obra afirma la necesidad de hacer del feminismo una teoría política, una teoría del poder.
Valcárcel considera que el primer feminismo forja sus armas en ese individualismo occidental que fue terminando con distintos genéricos como el linaje o los estamentos para dar lugar a los sujetos trascendentales o agentes morales racionales, a los ciudadanos dotados de iguales derechos. Individualismo es sinónimo de autonomía y no de insolidaridad.
Así, el colectivo "mujeres’’ no ha de construirse a los fines de la lucha recurriendo al esencialismo o al naturalismo. Simplemente, se ha de reconocer que las mujeres comparten la designación (heterodesignación, de-signación patriarcal) "la mujer" y un número determinado de figuras, una fenomenología, no una esencia. Comparten una "posición funcional" (la sumisión) distinta a la de los hombres. La gran tarea feminista es, para esta filósofa, terminar con los islotes de naturalismo (con las "designaciones ilegítimas" que definen lo que es propio de un sexo) aplicando las categorías políticas de la demo-cracia a la familia. Para lograrlo, ha de alcanzar la capacidad de pacto y superar el miedo al poder.
Éste no debe ser entendido a la manera contracultural como sustancia oscura y maléfica, sino según el concepto espinoziano de poder de la voluntad que anima el pensamiento moderno. "Reclamar la individualidad es el necesario golpe en la base del estereotipo genérico." Pero para conseguir la individualidad hay que realizar una tarea colectiva superando la falta de estructuras del movimiento feminista.
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