A cada avance social de las mujeres la sociedad patriarcal responde, siempre ha sido así, con acciones de resistencia al cambio que viene de casi cualquier lado, en formas muy diversas, unas esperadas, otras no. Muchas veces se nos hace un juego de trileros, otras, las más recientes, nos intentan colar caballos de Troya en nuestro discurso con el mismo objetivo de diluir, despistar o desmontar el propio movimiento feminista.
Celia Amorós explica, de manera admirable y eficaz, cómo los movimientos feministas surgen, se desarrollan y luchan en momentos convulsos. Las Guerras de Religión que asolaron Europa durante más de 100 años, propiciaron la aparición de un gran movimiento filosófico y de pensamiento político sin precedentes que llamamos modernidad.
Así la modernidad necesitó explicar el mundo fuera y más allá de una visión religiosa, hasta ahora medida de las cosas y la reconstrucción de una Europa dinamitada por unas guerras fratricidas pasó por resetear las bases sociales, políticas, científicas. El pensamiento político construido fundamentalmente por Hobbes y Locke, propone la idea del Estado como un pacto entre iguales que contratan la ley y con ella la defensa de las libertades. Esta idea constituirá la base de los estados modernos, las revoluciones burguesas y las constituciones liberales.
En este cambio que llamamos modernidad, es donde las mujeres vimos un hueco para nuestras reivindicaciones. Si la religión no estaba ya en la base de la explicación del mundo quizás podríamos dejar de ser consideradas socialmente inferiores, nacidas de la costilla de Adán, culpables y paganas como estirpe de Eva del pecado original. Una maldición bíblica que nos condenó a parir con dolor y a estar sometidas al hombre y que devino en casi un estigma social. Si este relato cambiaba, cabría plantear que las mujeres pudiéramos ser, también, sujeto de ese nuevo contrato social.
Pero no fue así, la realidad es que ese nuevo régimen se comportó como un trilero, se las apañó para dejarnos fuera. Nos negó la capacidad para contratar porque formamos parte de lo contratado. 1789, como bien constató Olympia de Gouges consagró una terrible realidad: las mujeres podían ir al cadalso pero no a la tribuna.
El Código Civil Napoleónico, modelo en toda Europa, dejó a las mujeres sin derechos educativos, civiles o sociales. La Revolución de la “Libertad Igualdad y Fraternidad”, sin perder ni un palo del sombrajo, trató a las mujeres como menores de edad sujetas a sus padres, maridos e hijos. Ellos eran quienes administrarían sus bienes, sus cuerpos y sus futuros en un bucle sin aparente salida. Las mujeres éramos un ser inferior porque carecíamos de una formación mínima y nuestras características naturales nos impedían actuar con sensatez. Éramos en su opinión afectivas, irreflexivas, sentimentales, y dada esta idiotez natural resultábamos imposibles de formar y por lo tanto…empezaba otra vez el bucle. Otro acto de trilero. Igualdad, si pero entre quienes.
Las feministas, el feminismo, comienzan una lucha a brazo partido por el acceso a la formación primero, por los derechos políticos después, luego por nuestro cuerpo. Cada milímetro de presencia, de logro ha sido arrebatado, peleado, luchado siempre pacíficamente, no me canso de ponerlo en valor en un mundo agresivo y violento. Nunca la situación a la que nos hemos visto o nos vemos sometidas ha impedido nuestra acción.
Las resistencias al avance de las libertades y de la igualdad de la mujer siempre han sido, son tremendas. El surgimiento de los fascismos, este sin disimulo, relega de nuevo a las mujeres en lo que se define como las 3 K: Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina e iglesia) definiendo el lugar de eterno retorno soñado por el patriarcado para nosotras. En los Estados Unidos, tras la II Guerra Mundial las mujeres que han trabajado fuera de casa vuelven a ser recluidas en el hogar en lo que Betty Friedman calificó como “la mística de la feminidad”. Siempre hay un movimiento trilero que con mayor o menor disimulo nos intenta devolver al lugar del que, en su opinión no debiéramos haber salido nunca.
El feminismo ha sido más leal con muchos movimientos sociales y políticos de reivindicación de lo que nunca ellos fueron con nosotras. Las revoluciones socialistas nos dijeron que relegáramos nuestra lucha a la de clase, porque del triunfo de ésta vendría nuestra igualdad. Paciencia, otro arma de trilero para algo que que no sucedió. Tomando prestada la frase de Manuel Rivas en un maravilloso artículo titulado “Órdenes de no movernos” incluso los hombres que consideramos “referentes culturales que asociamos con el librepensamiento, mentes lúcidas que suponemos alertas a los prejuicios y los dogmas, van a descarriar siempre en la misma estación” el feminismo.
Vivimos un gran proceso de cambio, una época convulsa con un fenómeno que trastoca las estructuras sociales, políticas y económicas de nuestro mundo. Las leyes, en su mayoría nacionales, no pueden hacer frente a los retos globalizados de las compañías transnacionales, por eso se intenta que se sometan a alguna legislación común más allá de las terribles leyes de los mercados. Surgen fenómenos hasta ahora inéditos como el hecho de que la facturación de algunas empresas, su poder económico, es mayor que el de muchos Estados.
Sin embargo, igual que en la construcción de la modernidad, las mujeres corremos el riesgo de quedarnos fuera. No hay, ni de lejos, una voluntad de incluir en esa agenda la situación real de las mujeres en el mundo Descubrimos que las sucesivas agendas internacionales que nos impelen a transformar el mundo deben ser revisadas con perspectiva de género, porque no lo tuvieron en cuenta al elaborarlas. Tratados Internacionales que no llegan a acuerdos sobre elementales derechos sexuales y procreativos que afectan de lleno, en todo el mundo, al control de las mujeres sobre su cuerpo.
En estos días nos tratan de engañar con otro bucle que es el de caminar en círculo, medidas pro igualdad que terminan por afectar negativamente a las mujeres como las de reducción de jornada para la conciliación o de la igualdad de los permisos de maternidad paternidad, que han demostrado su nula capacidad de cambio porque no atacan a las estructuras desiguales. Las medidas compensativas no dan resultado, pero seguimos insistiendo en el error. Y de paso, despistamos el foco de la auténtica realidad: ningún hecho influye más en la desigualdad del mundo, como el de nacer mujer.
Reivindicamos que somos más del 50% de la humanidad y que queremos aproximadamente eso, la mitad de todo. No pedimos nada que no merezcamos y hayamos conseguido con esfuerzo y lucha: estamos altamente cualificadas, trabajamos y mantenemos ampliamente esta sociedad recibiendo remuneración o no, en la economía formal o informal. Nos ocupamos mayoritariamente de los cuidados (85% de las reducciones de jornada), de la cultura (somos las grandes consumidoras de teatro, música, libros), la formación (el 53% de personas matriculadas en estudios universitarios son mujeres), el 45% de la fuerza laboral. Y sin embargo acaparamos el 70% de las jornadas parciales, cobramos un 29% menos, en los consejos del Ibex 35 no llegamos al 21,8%, no somos propietarias ni del 20% de la propiedad de la tierra. Esto en España. Según calculan en Europa podemos conseguir la igualdad en ratio, si no hay retroceso, en 170 años. Siempre los bucles, siempre la paciencia, siempre calma. Siempre nunca, la banca siempre gana.
La globalización puede permitir que la Cocacola se venda en el mundo y que la fast food arruine cualquier gastronomía nacional, que las series que vemos en la tele o las posverdades y los estereotipos de la publicidad sean fenómenos planetarios. Pero no puede permitir que la mitad de la población reivindique los mismos derechos políticos, sociales, culturales o de ejercicio del poder que la otra mitad. La excusa: respetar otras culturas, la tradición. La cultura es lo que nos hace avanzar, lo que cuestiona nuestras resistencias a un mundo más decente. No debería considerarse cultura la ablación de clítoris, ni el matrimonio infantil, ni el burka. Son costumbres terribles, tradiciones, en mi opinión, dignas de ser erradicadas como una pandemia.
Asistimos, perplejas a movimientos globalizados que tienen que ver, como siempre, con el control de nuestros cuerpos: los vientres de alquiler, la trata de mujeres ligada a la prostitución. Fenómenos igualmente transnacionales: se produce en un lado, se consume en otro. Lo quieren normalizar, lo quieren normativizar. Lo disfrazan de libertad. Nunca se había hecho una campaña tan brutal a favor de la cosificación de la mujer, nunca había quedado más clara su vinculación al neoliberalismo para considerarnos mercancía: otra vez somos lo contratado. La libertad de mercado y la libertad individual
Otro acto de trileros con la idea de libertad. La mujer hace lo que quiera con su cuerpo. La libertad, la misma que pudiera tener una persona para venderse entera, ser esclava. Y sin embargo abolimos la esclavitud. Porque la libertad reclama, entre otras cosas ética y responsabilidad. Soy abolicionista porque soy feminista.
Estamos en tiempos convulsos, momento en los que el feminismo, con un afán siempre global, multicultural, comunitario y político, puede avanzar o retroceder. El patriarcado se adaptará, se disfrazará de múltiples maneras: pedirá paciencia, cuestionará nuestros logros, nos pedirá más esfuerzo, nos intentará llevar a debates de agendas pasadas, volverá a repensar derechos adquiridos, se presentará como víctima de nuestras justas peticiones, se agarrará a cualquier fallo, brecha o dificultad y tratará de desdibujarnos.
El feminismo es la lucha por la igualdad. Vivimos en una sociedad basada en una desigualdad por el hecho de ser mujeres que pretendemos visibilizar y desmontar. Una lucha política con un sujeto político: las mujeres que en el mundo sufrimos de unos problemas comunes causados por esa estructura que toma la diferencia para convertirla en desigualdad. De nacer mujer, sexo biológico, se deriva la imposición de una subordinación y una situación de desigualdad. Los estudios de género son una herramienta para comprender y hacer visibles las estructuras que se crean para perpetúan esta desigualdad. No luchamos para que las mujeres tengan los mismos privilegios de género que los hombres. No peleamos por conseguir la igualdad en el género, buscamos su desaparición.
El feminismo no es el cajón de la lucha de todas las batallas El feminismo no es cualquier cosa y todas. El feminismo es un movimiento político transformador con un sujeto político: las mujeres. Hay mil batallas en un mundo que dista mucho de ser decente, justo e igualitario. El feminismo es una de ellas y es solidario y aliado con otras. Es importante distinguir, definir y debatir, porque de la confusión vienen y ha venido de los lugares más inesperados. Hay que formarse en feminismo.
Si algo caracteriza el feminismo es el proceso, el debate continuo. Pero no es ni relativo, ni individualista, ni neoliberal, ni cualquier cosa y su contraria. No venimos de la nada, venimos de una cadena de mujeres que pelearon para que su techo fuera nuestro suelo. A trileros y caballos de troya: no nos despistamos, estamos aquí porque hasta aquí hemos llegado a hombros de gigantas. Tenemos bases sólidas y principios innegociables.
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