A Victoria Sendón de Luisa Posada (en pública - y cariñosa- respuesta)


Por Luisa Posada Kubissa
Diciembre 2002

Voy a ser breve, querida Victoria, en relación con algunos aspectos de tu artículo sobre La quiebra del feminismo en la revista Debats (nº 76),  que está al alcance de cualquier cibernauta, gracias a Mujeres en Red (http://www.mujeresenred.net). Nada más lejos de mi intención que enzarzarme contigo en agrias polémicas, más estériles aún que el estéril Ponto que, como bien sabes, resulta ser lo menos fértil que Gea crea, según  la mítica Teogonía de Hesiodo.

Iré por tanto, sin más, al grano. En tu  apartado acerca De cómo el rizoma volvió al útero debates, o más bien rebates, afirmaciones que atribuyes a mi libro Sexo y Esencia de 1998. Agradecida, como te estoy, por hacerte eco de una publicación sin duda de difusión minoritaria, quiero dejar además constancia de que para mí es un honor que me critique una pensadora como tú, a quien tanto he respetado siempre y a quien reconozco sin vacilaciones esa autoridad femenina, de la que habla acertadamente Luisa Muraro. Supongo que este extremo  te consta, porque siempre te lo he reconocido y porque, recientemente, te lo he vuelto a repetir en persona.

Ahora bien, Victoria, la marginalidad de mi libro y el respeto intelectual que te profeso no son razones suficientes para no protestar, cuando lo que pones en juego no son sólo las palabras. Veamos: criticas unas líneas de mi libro, Sexo y esencia, de las que ni das razón de página, ni parecen literales, aun cuando puedan ser diferidas al contexto en el que el libro se mueve. Vamos, que más que una cita yo entreveo que hay aquí algo así como un pretexto para meterte con el texto. Lo cual, dicho sea de paso, me parece una maniobra totalmente legítima, pero quiero subrayar que se trata aquí, hasta donde se me alcanza, de entreverar una cita obligada con una crítica anunciada. Y esto hay que decirlo.

Una vez que cargas en mi haber  la culpa impenitente de defender posiciones ilustradas, te enojas lo bastante como para decir que yo digo: Y tal discurso (el de lo simbólico) para ser explicitado desde el feminismo, tendría que romper todos sus lazos con los paradigmas y las categorías de la razón en su historia hasta el momento. Y, desde ahí, continúas en tu enfado hermenéutico, haciéndome saber la importancia del ámbito simbólico para lo humano, que al parecer yo no soy lo suficientemente espabilada como para reconocer. Pero, Victoria,  yo también he estudiado aquello de que los humanos son ante todo  animales simbólicos. Y te recuerdo que eso lo han dicho siempre los filósofos, refiriéndose por cierto siempre al hombre y desde discursos también siempre de hombres, desde Aristóteles a Cassirer. Precisamente, más allá de esa tradición masculina, me atrevo a pensar lo simbólico y a pensar sobre lo simbólico sin la más mínima reverencia discursiva: yo no soy ese animal (con perdón) simbólico que han predicado los filósofos masculinos. ¡Qué cuidado hay que tener, Victoria, para que la tradición no nos atrape a todas, más inesquivable que el fatum del mito griego!

Pero, en fin, éste es un aspecto menor a comentarte. Más llamativo me parece que en tu artículo no dejes títere con cabeza a la hora de criticar a las pensadoras feministas que, a tu juicio, siguen presas del orden simbólico masculino. Pareces defender, en definitiva, que a éstas y otras feministas (entre las que, amablemente, me incluyes) se debe en realidad la quiebra del feminismo. Y, claro, esto ya no me parece de recibo, amén de preocuparme hondamente: porque dirigir la batería pesada, no contra el orden patriarcal o sus satélites, sino contra otras feministas no me parece un buen pasatiempo feminista, sino más bien una mala manera de obviar al enemigo principal. Tus críticas también tocan - aunque no sea la primera vez que te lo oigo- las propuestas del feminismo italiano de la diferencia que, con Muraro a la cabeza, nos devuelven, en tus palabras, a una posición uterina desde la que difílcilmente se pueden plantear propuestas que nos hagan avanzar políticamente.

Aun pudiendo coincidir contigo en esta última apreciación- si bien desde los espúreos planteamientos de un feminismo ilustrado-, me inquieta pensar con qué te quedas, porque al final de la película se te va a morir (simbólicamente, claro) hasta la apuntadora. Vienes a rescatar de entre tanto naufragio los derroteros (sic) de quien es la directora de la revista en la que todo esto se inscribe, esto es: los de Rosa María Rodríguez Magda, remitiéndote a su magnífico y clarificador libro sobre Foucault y la genealogía de los sexos de 1999. Por cierto, supongo que sabes, aunque no lo digas, que este libro es fruto de su trabajo doctoral bajo la dirección de la máxima exponente entre nosotras del feminismo de raíz ilustrada, tan denostado por ti; es decir, de la filósofa Celia Amorós. No sé si eliges bien tus alianzas, aunque tampoco queda nada claro cómo quieres orientarlas hacia   propuestas que nos hagan avanzar políticamente, cosa que tú misma reclamas. 

Y  qué decir, Victoria,  de esa  tercera posición, que defiendes contra el parloteo sideral del cogito y a favor de la experiencia misma con la radicalidad del ser, es decir, con la madre, porque ésa es la lógica de la vida, del amor, del devenir en un mundo, de momento, ajeno. Esta tercera posición -de la tampoco es que des mucha mayor razón, pero que entiendes como un nuevo paradigma, políticamente hablando-, tiene indudablemente ecos de la filosofía más netamente heideggeriana ( y te recuerdo que Heidegger era un hombre). No nos dices, en los párrafos finales de tu texto, a qué nuevo paradigma te refieres, y ni siquiera por qué supones que es algo así como una tercera vía, cosas ambas que, a la vista de las líneas citadas - que, por lo demás, vienen a constituir todo lo que sobre esta propuesta nos dices-, pueden resultar más que discutibles.

A no ser, claro está, que esta tercera vía se concrete como eclecticismo recurrente, en línea con los planteamientos de Alessandra Bochetti, a quien por cierto nombras, pero a quien no pareces atribuírle el hallazgo de paradigma nuevo alguno. En fin, si se trata de esto, habrá que decir que el eclecticismo siempre ha dado mucho juego, desde los remotos tiempos de la antigua Grecia, en los que -como tú conoces bien- un tal Anaxímenes quiso salvar discursos opuestos y encontrar un punto de sutura ( o "refrito teórico") entre el materialismo y el espiritualismo de sus predecesores. Pero, el propio Anaxímenes parece inclinarse por esta última cosmovisión: porque en todo eclecticismo hay algo que predomina. Y, desde luego, no es lo mismo buscar un camino real entre discursos feministas diversos u opuestos -pero, feministas al fin-, que transitar por  sendas perdidas desde los planteamientos del feminismo de la diferencia de Irigaray - e, incluso de  Muraro, aun con toda la crítica que aparentemente le haces - hasta las profundidades del discurso de la fenomenología más heiddegeriana, muy simbólica sin duda, pero masculina al fin: ¿Del ser-en-el mundo de las metafísica (no se negará que logo-falo-céntrica) de Heidegger recalamos en el ser con la madre? Y, por seguir con la pregunta, Victoria: ¿ Por qué ese empeño en hacerse un hueco en las filosofías de la diferencia, que sin duda nadie discutirá que han surgido en el simbólico masculino y que, por lo mismo, de nuevo han marginado a las mujeres, como tú misma reconoces?

Permíteme una  última y rápida anotación. En razón de la misma brevedad con la que nos propones este discurso de la más neta raíz de la tradición ontológica, tomaré aquí prestadas unas también breves reflexiones: la pensadora italiana Lidia Cirillo publica en 1993 una obra (recientemente traducida al castellano) que lleva el significativo título de Mejor huérfanas. Obviamente, Cirillo la escribe en confrontación con El orden simbólico de la madre, que la feminista -también italiana- Luisa Muraro había editado en 1991 (y que se tradujo aquí ya en 1994). Pues bien, aplicadas, como te  decía, a tu propuesta, quiero transcribir las siguientes palabras de Cirillo  (y que desde luego se corresponden con citas literales, concretamente de las páginas 66, 122, 126 y 108 de la obra mencionada):

Un problema epistemológico no es automáticamente un problema político; un campo de investigación no es lo mismo que un paradigma.

Paradójicamente, en nombre de la diferencia vuelve a manifestrase una antigua fobia del feminismo de matriz liberal (…): el sustancial rechazo de la imagen de la mujer oprimida se ha considerado condición indispensable de la liberación; porque no es posible hablar de liberación si no se elabora una hipótesis de la existencia de un margen de libertad que permite actuar fuera de los condicionamientos ideológicos y materiales del opresor.
Pero, toda alternativa posible ha de basarse en una reducción de las diferencias en las condiciones de vida, que pueden ser completamente distintas en ciertos aspectos y muy parecidas en otros, ya que las condiciones mínimas de bienestar son iguales para todos y para todas: una casa, dos comidas, derecho a la salud y a la instrucción y algunas otras cosas elementales respecto a las cuales la mayor parte de los individuos de la especie son aún muy desiguales.

Sin más, Victoria, recibe como siempre mi más cariñoso reconocimiento y un abrazo fuerte: Luisa Posada Kubissa



Bibliografía mencionada

Cirillo, Lidia: Mejor huérfanas. Por una crítica feminista al pensamiento de la diferencia, Anthropos Editorial, Barcelona  2002.

Bochetti, Alessandra: Lo que quiere una mujer, Cátedra (Feminismos), Madrid 1996

Muraro, Luisa: El orden simbólico de la madre, ed. horas y Horas, Madrid  1994

Posada Kubissa, Luisa: Sexo y esencia, ed. horas y HORAS, Madrid  1998

Rodríguez Magda, Rosa Mª: Foucault y la genealogía de los sexos, Anthropos Editorial, Barcelona  1999

Sendón, Victoria: "La quiebra del feminismo", en: Debats, nº 76, Valencia 2002.