A FAVOR DE LA HUELGA  GENERAL

                                     por Victoria Sendón


 


¿Tenemos las mujeres razones suficientes para apoyar la huelga general? Más que suficientes. No sólo para esta huelga, sino para una lucha de resistencia generalizada para la que no nos queda mucho tiempo a la hora
de organizarnos. Sólo pretendo con este escrito que nos hagamos conscientes de la gravedad del momento y de la situación. Y luego, que cada una obre en consecuencia según su criterio.

Lo que sí importa es comprender los motivos reales de la huelga, que no sé si coinciden con los que alegan los sindicatos, pero la realidad es que ya no se trata de un problema del Estado español ni del gobierno de turno, sino de una estructura mundial y privada que se llama la OMC (Organización Mundial del Comercio) fundada en 1994 y de la que son miembros unos 150 países bajo la amenaza de quedarse fuera del circuito comercial. La distopía del Gran Hermano de Orwell se va a quedar en un juego de niños si continuamos por el camino trazado por esta organización, camino ya conocido como la carrera hacia el abismo. La OMC, independiente hasta de la ONU, es el único organismo internacional que tiene un poder coercitivo  sobre los estados a través de su propio tribunal para resolver conflictos. Su filosofía se basa en que el comercio constituye un valor que está por encima de cualquier otro, ya sea político, cultural, sanitario o ecológico. Es un gobierno mundial en la sombra, pero un gobierno del gran capital. Un gobierno contra la humanidad.

Los políticos son meras comparsas, rehenes de un Orden Nuevo que no se atreven a reconocer ante la ciudadanía porque se verían privados del poco poder que aún conservan y de los muchos privilegios que aún codician.
Como nos consideran tontos y nos mantienen incultos y distraídos con la televisión, van ganando terreno silenciosamente utilizando eufemismos que los gobiernos transmiten para ver si cuela y amarrar así una estructura en red en la que el trabajo asalariado se convierta en trabajo esclavo con suculentos beneficios para un 2% de la población. Estos eufemismos son palabras “expertas” que no significan lo que dicen, pero que suenan bonito.
Analicemos estas expresiones para sopesar si tenemos motivos para la huelga general o no.

Pleno empleo: Fijaros que ya no hablan de trabajo, sino de empleo. El trabajo es más dignificante, tiene un sentido más humano en la medida en que es el trabajo lo que une a los seres humanos con la tierra, la vida, la realización personal. El pleno empleo consiste en que todos recibamos un salario (en muchos casos de subsistencia) a cambio de un servicio en las condiciones que el mercado determine sin ningún otro tipo de consideración de derechos o condiciones.
Flexibilidad: Quiere decir que según las necesidades (de beneficio) de las empresas, los asalariados pueden ser despedidos, trasladados, o asignados a cualquier puesto al margen de sus lugares de residencia, circunstancias
familiares o especializaciones profesionales.
Competitividad: También se ha eliminado la palabra competencia  en el sentido de hacer algo bien hecho, sino que la competitividad (hemos de ser competitivos) se refiere a la lucha de precios en el mercado, finalidad que
justifica bajos salarios, recorte de prestaciones sociales y de derechos de los trabajadores. En nombre de la competitividad muchas multinacionales utilizan mano de obra infantil para rebajar sus costes, por ejemplo.
Regulación de empleo: A las grandes empresas ya no les basta con obtener beneficios, sino que pretenden ganar lo más posible, para eso los organismos internacionales que nos gobiernan propician leyes que abaraten hasta el máximo los despidos o que ni siquiera tengan que pagar nada porque se trata de “contratos basura”. En EE.UU. está de moda realizar despidos masivos para comenzar el año bursátil con una subida en las cotizaciones porque cuantas menos nóminas más beneficios. Beneficios que se reparten entre los grandes accionistas de las compañías.
Desarrollo: El concepto de desarrollo carece ya de connotaciones humanas. No se trata del desarrollo de los pueblos y de su bienestar o de su capacidad adquisitiva. Desarrollo significa hoy que todo lo que se pueda mercantilizar ha de ponerse a disposición de las grandes corporaciones. Da igual que sea el agua, los bosques, las ballenas o el petróleo. Una prueba clara en España se refiere al sector turístico, que ha tapizado nuestras costas de cemento o sembrado de campos de golf terrenos carentes del regadío suficiente para los campos. De ahí la necesidad de trasvases y otras mandangas.
Privatización: Al grito de que toda empresa estatal está obsoleta y tiene pérdidas, se está vendiendo todo el patrimonio público por cantidades irrisorias que además se reparten entre los mediadores. El ejemplo más dramático lo tenemos en Argentina. Y ese es el destino que nos espera. En España fue evidente la venta o el regalo de Telefónica, que se troceó y se vendió Sintel al mafioso de Más Canosa, que se largó con la pasta, se declaró en quiebra y suspendió pagos a los trabajadores. Y no digamos del caso Boliden. En El Reino Unido están resultando dramáticas las privatizaciones, por ejemplo, de los ferrocarriles, cuyos nuevos dueños no gastan en
mantenimiento y los accidentes se multiplican.
Déficit cero: Los estados no están dispuestos a endeudarse en el gasto público, de modo que si no llega lo que se ha presupuestado en Sanidad, por ejemplo, no se gasta un euro más así estén colapsados los hospitales. El
déficit cero significa el desmantelamiento del sector público, o sea, de nuestro patrimonio nacional.
Prestaciones por desempleo: Este es el caballo de batalla del momento. El decretazo tiende a ser una copia de una ley del Gobierno Clinton de 1996 sobre “responsabilidad y oportunidades laborales”. Las prestaciones sociales
o welfare  (precio del bienestar) fueron sustituidas por el workfare o precio del trabajo, que significa que toda indemnización dependerá para “merecerla” de la aceptación por parte del “beneficiario” de cualquier tarea que se le proponga, así sea un trabajo forzado en condiciones inhumanas.
Modernización: Este es el más sibilino de los eufemismos, porque ya no significa avances sociales, culturales o democráticos, sino el poner en marcha todo lo anterior, todas las normas de la OMC, del FMI o del BM.
Significa hacer de todo y de todos una mercancía. La OSD, “Tribunal Supremo” de la OMC, ha impuesto a la UE cuantiosas compensaciones por negarse a importar carne hormonada de los EE.UU. La modernización consiste en aceptarla al igual que los transgénicos, cuyas patentes y semillas están en manos de multinacionales como Montsanto.
Democracia: Ahora que celebramos nuestros 25 años de la misma, resulta que es cuando está más amenazada, ya que los gobiernos están sujetos a normas y exigencias de organismos internacionales que se han montado en orden al comercio y a los beneficios contables de los grandes accionistas. La voluntad popular significa bien poca cosa a estas alturas. Un gobierno de “izquierdas” estará obligado a aplicar una misma política económica que otro
de “derechas”. ¿Qué significa eso más que una dictadura de mercado?

Podría seguir indefinidamente, pero no es el momento ni el lugar. Lo que quiero decir es que estamos en una fase decisiva no sólo del capitalismo, sino de una estructura más global que es el Patriarcado. Un sistema, como
todas sabemos, establecido sobre la dialéctica del dominio, pero de una dialéctica infernal porque el Esclavo cuando llega a liberarse del Amo vuelve a repetir sus mismos esquemas de pensamiento e idénticas aspiraciones de poder, ya que el Patriarcado no es sólo un sistema económico, sino simbólico y cultural. No se trata, pues, de salir de esta situación por la vía antípoda del comunismo, sino rompiendo el mecanismo que hace que estas aspiraciones sean significativas. En este círculo vicioso, las mujeres somos las más alienadas, las más perjudicadas, las comparsas necesarias para que se siga reproduciendo indefinidamente.

Aviso para navegantas: cada vez que escuchemos conceptos como los arriba mencionados hemos de estar alerta, pues ya sabemos qué significan. Es muy elocuente que dichos conceptos nunca sean cuestionados en el Parlamento, y que los debates se ciñan a peloteras propias de oposición y gobierno para desprestigiarse unos a otros, pero nunca para atacar cuestiones de fondo. Qué extraño ¿no?.