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El feminismo y las mujeres jóvenes

Por Noèlia Diaz Vicedo

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Resulta increíble como casi al final del año 2006, con seis años a la espalda del siglo XXI, casi treinta años después del final de un sistema opresor como fue la dictadura del General Francisco Franco, que concebía a la mujer como objeto de transmisión y no como sujeto de producción, y tras unos logros civiles y por consiguiente sociales, en los que ante la ley, la mujer es igual al hombre... y todavía “ladies and gentlemen”, se sigue oyendo en las noticias, como mueren diariamente mujeres asesinadas por sus parejas bajo el lema “la maté porque era mía”, como los salarios de las mujeres en nuestro país siguen siendo más bajos que los de los hombres, y cómo el ser feminista es algo que se ha pasado de moda o simplemente es cómico.

Yo no se desde cuando el ser feminista ha pasado a estar fuera de moda, o por el contrario sigue siendo objeto de comedia, ’ser feminista’ es un chiste, provoca risa, se ve como una pérdida de tiempo, o aún peor, el ser feminista se asocia a una frustración que la gente te otorga porque odias a los hombres o porque según ellos, no consigues ser feliz al lado de uno.

Yo nací el año de la democracia. Nuestras madres se echaron a la calle para pedir igualdad de condición civil y legal, para pedir una libertad como sujetos que se les había negado desde hacía tantos años. Yo, lo digo abiertamente me considero feminista, creo fervientemente en la capacidad de las mujeres como sujetos, como individuos pensantes, creadores, fuertes, y con una capacidad de trabajo igual e incluso mayor que la de los hombres.

También, soy joven. Mi generación no ha vivido la opresión deliberada, ni el sacrificio de la lucha por la libertad. Nos hemos criado en sistema democrático, por llamarlo de alguna manera políticamente correcta. Hemos tenido acceso a la educación universitaria y sin dudas respecto a nuestra capacidad intelectual. La mayoría de las chicas de mi generación somos la primera mujer de nuestras respectivas familias que ha conseguido una titulación universitaria, y no por falta de inteligencia de nuestras ancestras. Salimos por la noche, bebemos, fumamos y nadie nos critica por ello. Gozamos de nuestra libertad sexual y podemos practicar sexo libremente con quien queramos sin que nos tachen de inmorales o indecentes por ello. Por lo tanto, ¿para qué demonios queremos al feminismo? A nosotras ya no nos hace falta, ya tenemos la libertad que nuestra madres no tuvieron y por la que tanto lucharon. Tenemos casi treinta años y todavía no nos hemos casado, y muchas no tenemos pensamientos para acceder al santo acto del matrimonio. ¿Y los hijos? ¿Quién los quiere? Quiero gozar de mí y de mi libertad.

Pues bien, si todo esto es lo que hemos conseguido, y las facultades están llenas de mujeres, me pregunto yo, que si ya gozamos de una supuesta libertad que nos proporcionaron nuestras madres, ¿por qué el feminismo ha de seguir siendo motivo de chiste? ¿Por qué tenemos que seguir preguntándonos donde está todo el legado que nos dejaron nuestras madres y ancestras del que ahora podemos gozar “las que ya somos libres”? Porque eso es lo que somos señores y señoras, o mejor, señoras y señores, somos las mujeres libres del siglo XXI. Por eso en las reuniones ’feministas’, en las reuniones de mujeres, en las que se tratan temas que conciernen a la mujer en todos los ámbitos, nunca hay mujeres jóvenes. Ya no existe interés por la subjetividad femenina, es algo que ya nos queda muy lejos....

Sin embargo, nuestra voz, la voz de las chicas jóvenes no se escucha, no se puede oír, ¿qué esperan de sus vidas? Cómo las quieren vivir, cuáles son sus prioridades, sus necesidades, sus principios, ¿es cierto que ya no es necesario plantearse todas estas preguntas? No lo creo, en cuanto todavía las chicas de mi generación denuncian que sus salarios son más bajos a los de sus compañeros. No lo creo, en cuanto el acceso a altos cargos públicos todavía cuenta con un ridículo porcentaje de representación femenina. Y menos aún lo creo cuando cada vez que respondo a la pregunta ¿eres feminista? Un júbilo general desencadena la respuesta afirmativa, seguida de una serie de comentarios que mejor no recordar aquí.

Permítanme que les cuente la historia de alguien a quién le parecía que las cosas no marchaban como debían y luego ustedes mismos pueden juzgar si el debate del feminismo ya no está en la calle ni les preocupa a las chicas jóvenes porque ya está resuelto o simplemente porque sigue sin resolverse.

En una triste y fría tarde de enero del año 2005 y empeñada en mis deseos de iniciar un trabajo de investigación, de explorar con herramientas que nunca se me fueron presentadas, la poesía de tal magnificencia literaria como la de Maria-Mercè Marçal y Maria Fullana, me embarqué en esta expedición hacia Londres, la gran ciudad de la cultura, del progreso, de los negocios. Lejos de presentarse como una aventura fácil, colgué mi vestido de Penélope y de mujer que llora la venida de su caballero y me dispuse a torear de la manera más divertida, la secuencia de preguntas que siempre me rodearían. Ciertamente, toda mi vida ha estado rodeada de este tipo de preguntas. Y yo, no se si por ignorancia o por pereza, nunca las supe contestar.

Cuando era niña pasaba largas horas leyendo los libros que mis padres compraban con tanto afán de instruirme no sólo en el arte de la literatura sino también en el privilegio de imaginar otros mundos, de vivir otras realidades. Recuerdo que mamá y alguna de mis tías solían regalarme muñecas a las cuales no me unía nada excepto un pequeño atisbo de tristeza compartida que por aquél entonces todavía no entendía demasiado bien.

¿Cómo puedes pasar horas y horas leyendo? Solían preguntarme mis primos. Mis amigos ni siquiera me preguntaban porque a mi creer nunca lo supieron. Alguno que otro se reía cuando yo decía que el verano me gustaría si no fuera tan largo, ya que me aburría y cuando había terminado todas las tareas que el profesor mandaba, sentía que perdía el tiempo. Recuerdo que yo siempre contestaba: no se, me gusta. De repente pienso que yo soy Alicia y estoy celebrando el no-cumpleaños con el sombrerero loco. Mi prima me miraba con los ojos como si se le fueran a salir de la cara.

Llegó el momento de dar el gran salto. Era el momento más importante en la vida de cualquier adolescente, y lo era también para mí: decidir qué estudiar, proponer la alfombra para el camino final a la vía pública. ¿Sería mi trabajo parte de la ciencia o seguiría corriendo detrás del conejo blanco en busca del tiempo exacto de ver a la reina? Tras mucho debatirme entre la satisfacción personal y la necesidad (para mí leer, escribir y reflexionar lo es) y elegir lo que según las leyes basadas en el nuevo rey: el dinero dictaban....esta vez ganó la influencia social de una mujer muy joven, y por tanto inocente, que iba a entrar en el hasta pocos años antes “un mundo exclusivo de hombres” e iba a demostrar que aunque no sintiendo cierta devoción hacia las artes numéricas haría bien lo que se propusiera. Sin embargo, mi necesidad de despejar ciertas incógnitas e indagar en ciertas cuestiones deshizo el sueño de papá y su hija ya no sería ni médico ni ingeniero, ni arquitecto. Y entonces aquí se planteó la pregunta: ¿por qué letras? No sirve para nada, solamente si quieres dar clase. Pasarás hambre...

Terminé la licenciatura y mi constante intranquilidad sobre algunos pequeños hilos que no conseguía atar decidí, forzada por la situación personal que viví en aquel momento, volar con mi casa a cuestas hasta la tierra de Shakespeare para hacer ¿qué cosa? Sí, estudios de la mujer, ¿de la mujer? ¿Y qué hacéis allí? ¿A qué os enseñan? ¿Y no hay estudios del hombre? Ah! Sí, ya lo entiendo, eres lesbiana. Y yo, seguía sin contestar, creo que no tenía claro si valía la pena seguir la conversación.

Esta cadena de joyas de la producción intelectual de no poca gente ha perseguido mi vida desde que casi tengo uso de razón. Busquemos la causa de porque esta mujer hace esto y hace lo otro...

¿Cómo se puede estudiar “estudios de la mujer”? Y yo me pregunto porque yo no estudié a todas estas mujeres durante el periodo de mi vida en el que me dedicaba a la formación del intelecto. En las escuelas, los institutos, las universidades, nos enseñan con palabras, con textos, con pensamientos producidos la inmensa mayoría por hombres. En la historia grandes caballeros realizaron las grandes hazañas, de tanto en tanto aparecía alguna bella dama que entorpecía el camino de la gloria del caballero audaz. Alguna reina que otra, que curiosamente enloqueció como resultado de los celos hacia su marido y la tuvieron que encerrar en una torre durante más de veinte años, pobrecilla se volvió loca de amor, sin contar con el hecho de que ella era la heredera del trono de Castilla y que su supuesto bello marido quedaría como rey si ella desapareciera. Algunas otras reinas fueron tachadas de insensibles porque decidieron no casarse para dedicarse a la administración del país, y tantas y tantas bellas damas, condesas, reinas, princesas y damas de la corte, que fueron de una manera u otra burladas, silenciadas, escondidas o caricaturizadas por representar un estorbo para sus homólogos masculinos. En literatura, filosofía o arte, la mujer ha sido objeto para admirar, pintar, describir o simplemente desvalorizar todos sus atributos intelectuales como individuo. Y así podríamos estar hablando hasta que nos cansemos de explorar la ausencia de féminas en el transcurso del mundo de la cultura, del mundo del pensamiento. Parece ser que no hemos contribuido en nada excepto a traer más hombres al mundo y difundir la tentación del pecado.

Y ahora ya que lo superamos todo, en este nuestro país liberal se desencadena el caos, porque el presidente del gobierno ha elegido a ocho ministras para ocupar cada uno de los diferentes ministerios asignados. Un logro para cualquier país y para cualquier gobierno. Llega el colofón final cuando las ocho ministras aparecen en la portada de la revista “Vogue” y se desarrolla una entrevista en la que el turno de preguntas se debate entre ser mujer y ser ministra. En las televisiones y prensa del corazón se habla del aspecto físico y de los diferentes atuendos de la vicepresidenta del gobierno y sus discípulas las ministras, sin tener en cuenta lo que representan para el país, ni el trabajo que realizan.

Y a nosotras las jóvenes todo eso, ¿qué nos importa? Nos da igual, porque la verdad ni nos interesa la política ni nos parece que la manera en la que visten las ministras sea la adecuada...

Sin embargo, parece que todo esto ya está superado, que ya nosotras, las jóvenes somos conscientes de todo esto, pero ya está arreglado porque ya todas vamos a la universidad y estudiamos lo que queremos...cierto, ¿no? Muchas veces salgo a tomar el café con las amigas. Ya se sabe que en un ambiente tan distendido, la risa, las bromas y el chismorreo sobre la vida de los demás ocupa la mayor parte del tiempo, junto con conversaciones sobre la ropa que puedes usar, la que está prohibida porque realza tus partes más negativas, sobre los colores de maquillaje que te van bien, los que te van mal y no realzan tu belleza, y sobre todo lo mejor, aquella vasta lista de cosas que no puedes comer porque engordan...sin mencionar el método de depilación más adecuado para el uso de la piel. Y entre todo este devaneo de cotilleo en mi cabeza golpean nombres: Frida, Juana, Isabel, La Pasionaria, Mercè Rodoreda, Maria Beneyto, etc. y un sin fin de nombre y caras de mujeres que aún desconozco porque todavía la historia las tiene calladas, y mientras tanto en la televisión otro suceso de otra chica joven que ha sido apuñalada catorce veces por su pareja. Creo, sinceramente que el camino que nos queda por recorrer es aún muy largo y que debemos seguir lo que nuestras ancestras empezaron para nosotras.

Nosotras venimos de una tradición muy larga y muy conservadora. En los años setenta y ochenta en España, nuestras madres y abuelas sabían lo que querían, luchaban por escapar de su ’ser mujer’ que se reducía a estar en casa y dedicarse a la familia. Nuestras madres querían ser doctoras, ingenieras, abogadas, etc. luchar en y desde la política pero ahora ¿qué queremos nosotras? Ellas tenían referencias vivas, textos que hablaban de la liberación de la mujer, que hablaban de ellas como individuos libres, las grandes antepasadas que lucharon por nuestra libertad eran los grandes iconos, aquellas que empuñaban el rifle las pistolas y con las botas militares puestas defendían la libertad, ese era su punto de referencia, ¿pero y dónde está el nuestro? ¿dónde están nuestros referentes? ¿En qué lugar se reflejan las necesidades de las mujeres jóvenes? Las mujeres jóvenes simplemente no estamos, solamente unas cuantas que trabajamos en la universidad y se nos ocurre pensar que hay algo que se nos escapa de las manos, el resto me pregunto donde están.

A las que se nos ocurre indagar en el feminismo y las pocas que nos llamamos feministas, investigamos, leemos y lo que nos encontramos no nos satisface ya que nuestros miedos, deseos e intereses no son los mismos que los de nuestras madres.

Nuestro deseo ha cambiado, nuestras cadenas son distintas, más sutiles, y más dolorosa aún se convierte la revelación de nuestros deseos a esta sociedad, la nuestra, que con tanto sufrimiento y esperanza nuestras ancestras consiguieron para nosotras. No creo que sea una buena idea que el feminismo, la búsqueda de nuestra propia identidad y de nuestro propio ser mujer, ahora, se disuelva en el olvido o en la falacia de una batalla ganada. Les debemos esto a nuestras madres y a nuestras hijas.

P.-S.

*Londres



2006-09


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