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[Por Nancy Fraser ]

Entrevista con Nancy Fraser

Por Sonia Arribas y Ramón del Castillo

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Los debates en el feminismo de los años ochenta del siglo XX —particularmente los que se dieron entre Judith Butler, Iris Marion Young, Seyla Benhabib y Nancy Fraser— significaron una transformación radical de muchas actitudes de la izquierda ante los nuevos cambios económicos y culturales que se estaban produciendo.

En el caso de Nancy Fraser, intelectual feminista estadounidense, profesora de ciencias políticas y sociales en la New School University de Nueva York, destaca su aporte sobre la justicia como un concepto complejo que comprende tres dimensiones: la distribución de recursos, el reconocimiento y la representación.

Fraser pretende enriquecer la tradición democrática liberal gracias a la teoría feminista, la teoría crítica y el pos-estructuralismo. Es autora de numerosas publicaciones y conferencias, así como redactora de Constellations, revista internacional de teoría crítica y teoría democrática.

- ¿Cuáles fueron tus aportaciones en estos debates? de la década de los 80, preguntamos a Nancy Fraser, profesora de la New School University.

- Convendría empezar recordando que en Estados Unidos y Reino Unido, los primeros desarrollos del feminismo marxista de finales de los sesenta y principios de los setenta asumieron una versión ortodoxa del marxismo. El marxismo era la economía política del capitalismo, el feminismo se ocupaba de la familia, y la cuestión era cómo se combinan ambos. Pero Seyla Benhabib y yo proveníamos del marxismo no ortodoxo de la Escuela de Frankfurt: no manejábamos una teoría sistémica del capitalismo y criticábamos el reduccionismo del marxismo economicista. Nuestro marxismo era más hegeliano y, además, estábamos interesadas en la recepción del pensamiento postestructuralista, en mi caso, Foucault y la idea de la nueva izquierda de que la política no se podía restringir a cuestiones meramente económicas o de poder del Estado: la política de la vida cotidiana. Foucault nos mostraba los lugares de la vida cotidiana en los que había poder y, por tanto, también lucha. A partir de estos materiales intenté articular un feminismo distinto del marxismo feminista anterior.

- A mediados de los noventa Butler y tú mantienen un debate en el que marcan distancia con respecto al viejo marxismo feminista, pero desde ángulos muy diferentes…

- Así es. El debate tuvo dos etapas. En la primera, en Feminist Contentions, debatimos si el postestructuralismo foucaultiano, en tanto que teoría del discurso, es un marco adecuado para la filosofía feminista. Butler decía que sí, y yo que no –aunque aceptaba que algunos de sus conceptos eran relevantes para el feminismo–. Yo intenté integrar elementos de teoría crítica, del pensamiento foucaultiano y del pragmatismo norteamericano en el marco de la crítica feminista porque pensaba que la dimensión discursiva –en la que se elaboran las relaciones de género– es sólo una de las muchas dimensiones de la vida social; también había que investigar la vida económica, los aspectos institucionales de la sociedad.

“En la segunda etapa del debate, Butler replicaba a mis tesis sobre la diferencia entre el reconocimiento y la redistribución. Yo siempre he creído que es un error contraponer antitéticamente la problemática socialdemócrata y socialista de la distribución a la problemática cultural y discursiva del reconocimiento (lo que Butler llamaría la exclusión). Ambas son dimensiones de la injusticia, la opresión y la desigualdad; dos aspectos de la teoría y de la práctica política feministas.

“La respuesta de Butler me sorprendió mucho puesto que se retrotrajo a la teoría del parentesco de Lévi-Strauss y a Althusser. Butler no es marxista, pero argumentaba que yo me equivocaba cuando distinguía analíticamente entre economía y cultura porque ambas están siempre tan imbricadas que es un error distinguirlas.

“Le contesté que su noción era adecuada para sociedades preestatales y precapitalistas en las que no hay diferenciaciones institucionales y en las que el parentesco lo organiza prácticamente todo. Pero en una sociedad moderna, tal y como muestran Weber, Parsons y Marx, hay esferas de la vida especializadas y diferenciadas como, por ejemplo, las instituciones económicas de mercado o las del aparato de autoridad del Estado. La distribución económica y la organización del trabajo, en una sociedad capitalista, están relativamente separadas de las funciones de gobierno y del Estado, y todo esto está, a su vez, diferenciado de la familia y de la función del parentesco”.

-  Pero lo que Butler estaba tal vez tratando de mostrar es que, por ejemplo, los colectivos de gays y lesbianas en algunas partes de Estados Unidos no han de ser vistos como una clase meramente cultural, sino como una clase social o económica: su exclusión es económica. Tú dirías, sin embargo, que la raíz última de su discriminación es la falta de reconocimiento, su humillación, etcétera.

- Los gays y lesbianas tienen en Estados Unidos y Europa desventajas económicas en tanto que no se les considera como miembros de pleno derecho en la vida social. En Estados Unidos sufren discriminación laboral, pueden ser expulsados del ejército por su orientación sexual y no se les reconocen algunos derechos típicos de la vida en pareja, como la transmisión de herencias o la adopción de un niño. A pesar de todo, sus desventajas económicas han de ser entendidas como consecuencias derivadas de una subordinación relativa al estatus basada en la norma heterosexual que considera la homosexualidad como una opción pervertida que debe ser excluida radicalmente o tolerada como una forma de vida de segunda clase. Por tanto, la clave para superar esta exclusión económica la hemos de buscar en la militancia por la igualdad de estatus, en el cambio de nuestros valores.

“En cambio, las dificultades económicas de la clase trabajadora no tienen que ver con su estatus, ni tampoco con una jerarquía de valores (aunque en un momento dado se pueda valorar más el trabajo intelectual que el manual, etcétera). El orden del estatus es una cosa, y la desigualdad de clase otra, que tiene que ver con la economía política. Son esferas distintas aunque nunca haya casos puros: lo que le ocurre a la clase trabajadora tiene consecuencias de estatus, y el problema de los gays y lesbianas tiene repercusiones económicas. No obstante, el énfasis es distinto”.

EL NECESARIO CONTEXTO

- Es cierto que en el sistema de producción capitalista hay una diferenciación funcional de esferas. Pero el marxismo también subraya el conflicto, incluso las contradicciones, que se pueden dar entre ellas. Por ejemplo, la crisis de la familia tradicional hay que examinarla teniendo en cuenta cómo ha sido radicalmente afectada por la entrada de la mujer en el mercado de trabajo, etc. También se da un conflicto entre los derechos de los trabajadores nacionales y los imperativos expansivos de la empresa trasnacional en la que trabajan… ¿Cómo los articularías desde tu perspectiva?

- En primer lugar, insistiría en que no es lo mismo una distinción analítica que una en el mundo real. La distinción entre el reconocimiento y la distribución es analítica, aunque vale para examinar cualquier tipo de sociedad. Ahora bien, luego hay que ver, en un contexto y período dados, si los movimientos sociales perciben estas dimensiones como separadas o no y dónde ponen el énfasis. Hubo un período de la socialdemocracia en que se acentuó la distribución (incorporación de clases, justicia distributiva) y el reconocimiento quedó un poco al margen. Posteriormente, cuando emergieron las políticas del reconocimiento, primero las progresistas (feminismo, liberación de gays y lesbianas, etc.) y después las regresivas (religión y nacionalismo), el tema de la distribución pasó a un segundo plano.

“Cambió el centro de gravedad del discurso así como su vocabulario, aunque un espectador bien podría decir que en ambos casos estaban en juego las dos dimensiones entremezcladas.

Mi respuesta a este problema fue decir que es erróneo plantear una elección entre la política de la distribución y la del reconocimiento, que todas las formas importantes de subordinación social y, por tanto, todas las formas de lucha contra esta subordinación deben tratar ambos aspectos. Aquí surge, pues, la pregunta de cómo articular todo esto conjuntamente y, en consecuencia, de cómo articular las tensiones.

“Mi primera formulación de este problema aparece en el artículo ¿De la redistribución al reconocimiento?, donde lo planteaba como un dilema. Las luchas por la distribución tienen una lógica dirigida a abolir, o por lo menos minimizar las diferencias de grupo en tanto que clase. Es decir, son transformadoras en el sentido de que no se trata de reconocer la diferencia del proletariado, sino de superar o por lo menos minimizar la importancia de la clase.

“En las luchas por el reconocimiento, en cambio, el objetivo es acentuar esas diferencias. Son dos lógicas en tensión y hay que cuidarse mucho de no confundirlas. Mi solución fue el famoso lema “deconstrucción en la cultura, redistribución en la economía”, una frase que quería ser inteligente pero que no decía mucho y fue muy criticada. Después, al repensar el tema en el libro que escribí conjuntamente con Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento?, comprobé que la diferencia que hay entre prácticas afirmativas y transformadoras tiene que interpretarse contextualmente y que muchas reivindicaciones afirmativas de especificidad no se quedan ahí y, según el contexto, pueden ser un paso hacia una acción transformadora.

“Pensaba en la vieja idea del pensador de la nueva izquierda André Gorz: reformas no reformistas, acciones que intentan satisfacer necesidades en el sistema, pero que pueden inclinar la balanza de fuerzas sobre el terreno y desatar un cambio más radical con el paso del tiempo. Esto me llevó a abandonar el citado dilema”.

P.-S.

CIMAC



2007-10


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