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Vigilar y cuidar

Chloé Constant

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“Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.” (art.3)

“Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, […] la salud y el bienestar, y en especial […] la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de […] enfermedad, […] u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.” (art.25) Declaración Universal de los Derechos Humanos

“Era plata fácil y ahora estoy sentada aquí”. Así resume su situación S.B., interna del penal de mujeres Santa Mónica desde hace treinta meses. Era a inicios de octubre. Cinco meses después fallece. Padecía VIH, le dio tuberculosis y murió allí. “Me quedan aproximadamente quince meses, luego salgo de aquí. Y ¡me voy a mi casa!” Pues allí no era su país, ella era oriunda de tierras lejanas que de repente no cualquiera ubica exactamente : era Sudafricana.

En el nuevo tópico de Santa Mónica, inaugurado en febrero del año pasado, ejercen unos 15 profesionales de salud, algunos a tiempo completo, otros que se aparecen cada quincena pues son especialistas y no hay presupuesto suficiente en el INPE para contratar ondontólogos ni gineco-obstétricos, a pesar de la evidente necesidad de las reclusas por ser atendidas por este tipo de médicos. Les queda sonreír sin dientes cuando los podridos se les caen. En cuanto a las veinte futuras madres, pues no recibirán atención ni control prenatal hasta que las saquen a parir en algún establecimiento de salud pública. Según una trabajadora del lugar, no sólo se carece de personal sino más aterrador aun el personal médico de Santa Mónica “no es responsable”. Sí pegan afiches de los programas de prevención del VIH-SIDA y de la tuberculosis. Sí saben quienes de las internas viven con una de estas dos enfermedades. Sin embargo éstas no reciben tratamiento adecuado. Cualquier mal se trata con una ampolla, una especie de placebo cuya única meta será tranquilizar la angustia ambiental. “Cuando te enfermas aquí, lo que ocurre aquí ocurre simplemente aquí y se queda aquí, a nuestra embajada casi no le importa”. S.B. rajaba de la encargada de la embajada sudafricana que según ella cobraba por mirarse al espejo todo el santo día. Las mujeres de Santa Mónica no pueden recibir medicinas de afuera sin que ésas hayan sido previamente recetadas por el médico del penal. Ni de parte de sus familiares, ni de parte de su embajada. Si ingresan allí con tratamiento permanente pues sencillamente se les impide ingresar con tabletas cuando aquellas no desaparecieron en los sombríos laberintos de la DIRANDRO. El poder de sanación lo tiene el solo médico. El poder de contagión lo tienen muchas. Muy aparte de los problemas de corazón, circulación venosa o esquizofrenia que padecen centenares de reclusas, los cuales no son contagiosos, el hacinamiento que conoce penal, inicialmente previsto para 250 personas y que acoge ahora a unas 1 200, impide aislar a todas las que portan en su seno una sangre incurable o unos pulmones germinados.

Los gemelos te invitan a agrandar tu vista, a tener más cuidado en cuanto a lo que te pueda pasar. En este caso los gemelos de los afiches de prevención médica invitan a las mujeres, detenidas o trabajadoras del INPE, a abrir los ojos, a cuidarse de las que tocen demasiado o de las que simplemente tengan ganas de arrinconarlas para unos minutos de amor. “ ¡Míralas bien!” parece gritar el afiche. Y si fuera posible, vigílalas.

¡Vigílennos! Es mas bien lo que paradójicamente las internas podrían gritarle al médico. Queremos cuidados, atención adecuada reclaman todas. S.B. se sabía enferma, quería volver a Sudáfrica para montar una tienda artesanal donde iba a tejer a crochet y pintar en tela así como se le había enseñado durante su larga condena en el Perú. “Este tipo de cosas le gusta a la gente de mi país, saben valorarlas”. A los 30 años, acudía al tópico cuando más lo necesitaba, no era de estar allí horas y horas como suelen hacerlo otras. En estos tiempos veraniegos, cuando a orillas del Pacífico la humedad tardía cae sobre pechos desabrigados, uno se resfría, otro empieza a tocer o estornudar. La mitad de las internas contrajo gripe el mes pasado. Otras contrajeron tuberculosis. De esto murieron. No de la infección con la que vivían desde hacia años, sino de otra que sí tiene tratamiento. Hubiera bastado con tratarlas a tiempo.

Chloé Constant 28 de febrero 2008



2008-03


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