Algunos vectores de la crisis política

Pocas semanas han bastado para que en Ecuador se instale un ambiente de crisis política, al punto de hablarse ya de desestabilización y ‘golpe blando’. ¿Cómo ha sido esto posible tras un singular período de estabilidad política y económica de alrededor de ocho años? ¿Cómo un gobierno con sólido respaldo popular, legitimidad y reconocido buen desempeño, se ve de pronto asediado y aparentemente descolocado?

En el escenario de agitación política que toma por sorpresa al gobierno y a la mayoría del país, ha logrado de momento imponerse la iniciativa de la oposición beligerante de derecha, que disputa de manera inédita –aunque con formas similares a las de otros países- la presencia en las calles, que busca protagonismo mediático con mensajes de abierta desestabilización. Una oposición que muestra estrategia en sus intervenciones, ha conseguido inducir una lógica reactiva, llegando a darse el lujo de exponer públicamente su interpretación de esas reacciones, sus cálculos sobre lo que ocurrirá y a anunciar sus pasos posteriores.

Desde el frente de gobierno no se ha conseguido retomar la iniciativa política. La propuesta de generar un proceso de diálogo social amplio aparece como una herramienta o posibilidad para tal fin, pero también con el riesgo de ser capturada por la oposición. Tampoco se ha logrado innovar la presencia de respaldo en las calles con formas, mensajes y consignas que respondan a las nuevas condiciones, que capitalicen la magnitud de una presencia y un apoyo que son largamente mayoritarios.

Al parecer prima una lectura de seguridad por sobre la interpretación política. Por falla o por inducción, se magnifica a la oposición y a sus movilizaciones, se la proyecta como amenaza grave lo que a su vez supone un reconocimiento de debilidad y descontrol propios. Se ha dotado así a la oposición de una agenda de máximos a la que quizá no aspiraba al iniciar su arremetida: hablan ya de revocatoria del mandato, de eliminación de proyectos de ley en curso en la Asamblea, de ser los interlocutores legítimos del diálogo anunciado, y despliegan un discurso de descalificación y acusaciones temerarias contra el gobierno y su Presidente.

Escenario sin duda desconcertante ante el que resulta inevitable anotar la necesidad de regresar a ver factores subterráneos, complejos, quizá subestimados en el devenir de estos intensos años de crecimiento y ‘éxito’ político del proyecto de la Revolución Ciudadana. De la observación de hechos inmediatos y de otros previos desprendemos aquí, de manera muy preliminar y parcial, algunos vectores que convergen en la dinámica actual.

 

1. La acción prolongada del anti correismo de ‘izquierda’. Este fue el primero en aparecer, hace ya varios años, amplificado y ampliamente utilizado por los medios corporativos, que han concedido titulares, primeras planas y espacios privilegiados como nunca antes a sus voceros. Durante un buen período la derecha sólo necesitó manejar esas facilidades mediáticas para disponer de una plataforma de oposición. En su momento, y considerando que está en juego un histórico momento de transformaciones, surgía la incógnita: ¿a quién beneficia ese anti correismo?, ¿quién gana con el debilitamiento de la imagen presidencial, con la erosión de su liderazgo? Ahora se puede ver a esos ganadores.

2. El enfoque gubernamental sin matices aplicado para desmantelar el tejido ‘corporativo’ de intereses instalado previamente en el Estado. En el afán de rescatar lo público del control directo o de la influencia de las élites y sus cámaras empresariales, se hizo extensiva la noción de ‘intereses corporativos’ hacia otros sectores organizados de la sociedad, que por el contrario habrían requerido de reconocimiento y respaldo público para revertir asimetrías estructurales de poder que les afectan –sectores de la economía no empresarial, pueblos originarios, trabajadoras/es, entre otros-. En el camino, las élites han logrado reconstituir su presencia e influencia, gracias al manejo de su propio poder así como a la escalada de elementos de un enfoque ideológico que les resulta favorable, convergente desde esferas de gobierno: se ubica la inversión como eje de la economía, se impulsa una visión plana de ‘emprendedurismo’, se pregonan las bondades de la ‘empresa moderna’, vuelven a ser vistos y tratados como ‘sector productivo’, y así.

3. La débil organización social y política de las ‘bases’ de Alianza País y del entorno de apoyo al proyecto de la Revolución Ciudadana. Parece imponerse la visión de una ciudadanía amorfa, de un caudal político electoral que no requeriría estructura y formación para la disputa ideológica y de poder.

4. El tratamiento unilateral de acontecimientos de gran potencial político y simbólico, que han mostrado un alto grado de movilización, compromiso y adhesión espontánea hacia el proyecto de la RC y hacia el Presidente Correa. Un momento cumbre fue el 30 S, en que el intento de golpe afectó a ese pueblo movilizado, al Presidente, a instituciones y sociedad. En el tratamiento posterior el peso de lo político ha quedado en segundo plano frente a lo judicial, conducido como prioritario y orientado a sancionar, en primer término, las afectaciones al Presidente, quedando también en segundo plano las que sufrió pueblo movilizado.

5. En el decisivo frente de la comunicación, los medios públicos no han logrado asumir un rol claro, centrado en la promoción y defensa de la Constitución como elemento que defina su carácter público. Tal carácter queda atrapado en visiones de un ‘pluralismo’ simplista, que se interpreta como dar paso a voces ‘a favor y en contra’ (¿de qué?), lo que se traduce con frecuencia en una réplica del quehacer de los medios corporativos. Estos asuntos de enfoque se combinan también con problemas de calidad.

 

Lo que ahora sale a la superficie muestra la importancia de análisis más profundos, que se disocien del esquema estéril de ‘correismo – anticorreismo’ que tiende a prevalecer. Tarea clave en función de mantener y ampliar condiciones de cambio, ante la que caben aportes de todos los tamaños.