Repensar el cambio estructural desde el feminismo

Voy a tratar muy esquemáticamente dos puntos.  La crisis actual, su naturaleza y sus alcances están en disputa: si es una crisis sistémica, si es financiera, si es económica, si es transitoria, si es una crisis final, si es una crisis del Norte que se ha endosado hacia el Sur o si es global, etc., etc. Pero quizá hay algo que logra unanimidad: es que esta crisis nos obliga a regresar a ver a la economía real, a constatar que la economía financiero-especulativa que ha caracterizado esta fase del neoliberalismo, es una esfera que no da cuenta ni de la totalidad de la economía y menos aún de la dinámica de la reproducción.

Para nosotras, desde una perspectiva feminista, esa posibilidad de regresar a ver la economía real significa una gran oportunidad: con qué economía nos encontramos, cuál es esa economía real que regresamos a ver; y en esa economía real, qué es lo que hay que salvar y qué es lo que hay que cambiar.  Porque inmediatamente están los menús anticrisis, los programas de salvataje donde nuevamente se vuelve a interpretar qué es aquello que se debe proteger y qué es aquello que se debe cambiar o desatender. Entonces, hay la amenaza latente de que esas intervenciones de política anticrisis, lo que buscan es darle un nuevo respiro, un nuevo oxígeno al mismo sistema.  Y cuál es la parte de la economía real y cuáles son los actores de la economía real que empiezan a verse.  Volvemos a una visión bastante convencional de la relación capital – trabajo, y se habla, por ejemplo, de proteger el empleo; pero, ¿qué tipo de empleo se protege?, ¿asociado con qué tipo de producción?

 

Las preguntas básicas

Nosotras pensamos que esta crisis que ha destapado y ha despejado tantas fallas del sistema debe servir para hacer de verdad cambios estructurales.  En América Latina, esta puesta en agenda de cambios estructurales a propósito de la crisis refuerza otra agenda de cambios estructurales, que viene de los gobiernos de cambio, de las propuestas de integración alternativa, de un proceso pre-crisis que ya ha puesto en cuestión el modelo; de los planteamientos del siglo XXI.  Ese proceso que viene caminando en América Latina se refuerza de algún modo con esta tesis de la crisis; pero al mismo tiempo, tal vez puede ser amenazado por el modo como se está entendiendo y tratando la crisis. Por eso, nos parece que es un momento decisivo acerca de cuál va a ser el curso de nuestra economía.

Decía que la visión sobre lo que se debe proteger está implícita en las propuestas de salvataje.  A quién se ha asistido desde el Estado, ese es otro elemento importante; este reconocimiento de que el Estado es necesario, y que la intervención del Estado es necesaria; ahora hasta los mas neoliberales piden más Estado.  Pero ¿adónde se orientan esas intervenciones del Estado?, ¿a proteger qué, a salvar qué? Creemos que ahí es el momento de hacer opciones y de volver a esas preguntas básicas de la economía, de qué producir, cómo producir, cómo distribuir. Y lo que estamos constatando es que el salvataje de algún modo refuerza o vuelve a un mismo patrón productivo, o extractivista, o de mirar la gran industria, o de ver las actividades exportadoras como las más importantes y claro aquellas que están más formalizadas.

En Estados Unidos a nombre de proteger empleos, se ha trasladado recursos públicos hacia las plantas automotrices. Si lo que interesaba es el empleo, tal vez hubiera sido bueno que esa inversión vaya a otro rubro de producción y que lo que se traslade sea la mano de obra. ¿Por qué dejar en el sector automotriz?  Son grandes inversiones o reinversiones las que se están haciendo.  Podrían haber servido para ir desplazando la producción hacia otros rubros.  Quizá lo que menos debiéramos salvar en este momento es la industria automotriz; ya debería estar declinando esa forma de transporte y de uso de la energía.

Y de algún modo, siguiendo ese patrón, también en nuestros países, las recetas anticrisis han estado más o menos orientadas a salvar esa estructura de producción ya existente, diciendo: hay que cuidar el empleo; pero esa visión, no sólo que reincide en un mismo patrón productivo, sino que deja por fuera la visión de qué es el trabajo, una visión más amplia del trabajo, que es un tema en el que hemos avanzado ya desde la economía feminista durante décadas.  Y aquí es bueno recuperar desde las propuestas feministas una noción que nos parece clave para el cambio estructural, que es la visión de la economía ampliada o la visión ampliada de la economía, ésta que considera de modo más general e interrelacionado las esferas de la producción y de la reproducción, inseparables entre sí, que están entrelazadas. Hay esquemas y análisis que muestran las interacciones entre ambos campos de la economía, la producción y la reproducción, los flujos –no solo de dinero, porque la economía no es dinero- que se dan de interrelación entre estas economías.

Creemos que es un aporte que debe ser desarrollado y profundizado de cara a la comprensión de la crisis y al cambio de modelo, al cambio estructural.  Y otro aporte que nos parece sustantivo en este momento es el de la noción de economía para la vida; puesto que de algún modo está en cuestión la economía orientada a la acumulación, porque de por sí se basa en explotación, en desigualdad, en otras formas de opresión, etc.  Pero además se ha dicho: porque es ineficiente, porque no funciona, porque no es viable, por eso vienen las crisis sistémicas y estalla la economía financiera.  Entonces, si está en cuestión el corazón del modelo que es la acumulación, vale la pena mirar este replanteamiento de que, si no se hace economía para acumular, ¿para qué se hace economía? Frente a la economía de la acumulación, la economía para la vida.

 

La economía para la vida

Vale precisar que no estamos hablando solo de una propuesta: la economía para la vida recoge de algún modo y refleja prácticas, relaciones, experiencias económicas existentes. Tenemos ahora de modo subordinado, de modo a veces estigmatizado, funcionando modalidades de la economía que se orientan a cuidar la vida en sus diversas formas; la economía del cuidado es una de ellas, protagonizada por mujeres cuidando la vida de los otros seres humanos.  La teoría económica feminista surge cuestionando el homus económicus, señalando que no existe. No sólo que no existe en términos particulares de individuos que estén ahí: no existe como excepción ni como regla, en ninguna de sus dos formas.  Y no es solo el hecho de si a los hombres se les ve como individuos autónomos, generadores de ingresos, mantenedores de no sé quien y por lo tanto empoderados, y que las mujeres deberíamos ser también individuas autónomas.  No. Ahora hay un cuestionamiento, no sólo a esa noción de la independencia como necesaria o como un objetivo, sino el planteamiento de que eso no es posible, que somos seres humanos interdependientes.

Nadie es independiente y autónomo en sí; nadie puede prescindir de otros seres humanos en la relación económica que es indisociable de la relación social y cultural que está ahí fundida.  No existen personas que vivan por sí y para sí, y que encuentren además todo en el mercado; hay cosas que no están mercantilizadas, por fortuna, y que no pueden ser compradas. De modo que, la noción de interdependencia no es opuesta a la noción de autonomía; o sea las mujeres podemos plantearnos autonomía en una sociedad y en unas relaciones que en los hechos son de interdependencia.  Y esto, entonces, conecta con el planteamiento de economía para la vida.

La economía del cuidado -que ahora se desarrolla en condiciones de división sexual del trabajo, de desigualdad, de falta de reciprocidad-, por lo tanto, tendría que transformarse, no negando los elementos de solidaridad, de altruismo, sino haciendo que estos pasen a ser referentes generales.  Que haya reciprocidad y que haya cuidados mutuos, que no sea una cuestión unilateral que las mujeres damos a la humanidad y que no recibimos, la idea es que también recibamos y que eso sea lo más equilibrado posible.

 

Una economía diversa

Desplazándonos a otro terreno, que no es solo la reproducción y la economía del cuidado: hay la necesidad de aplicar una economía para la vida a la producción.  Hay esa necesidad y también hay esa experiencia; es decir, todas las economías de subsistencia que conviven con la economía de acumulación y que están encarnadas en los hogares, en las pequeñas unidades campesinas, en los talleres artesanales, distintas modalidades de organizar la producción y el trabajo que se orientan a producir bienes y servicios para hacer posible la vida, para hacer posible niveles de atención a necesidades, niveles de consumo, de cuestiones que son básicas, ropa, alimentos, etc.  Esto es lo que hace la economía de subsistencia.

Sabemos que muchas pequeñas unidades económicas no quieren cambiar la escala, volverse grandes y acumular.  Hay estudios en América Latina que muestran eso, que la gente que tiene pequeños talleres, quiere seguir teniendo pequeños talleres, no quiere acumular más; quiere producir, tener un margen de ganancia y seguir haciendo eso; y atrás hay razones económicas y culturales.  Con la economía del campo ni hablar, no es una necedad que la gente del campo defienda la posibilidad de la pequeña producción, a veces a pérdida o con muy poca ganancia, porque detrás no está solo la noción de ganancia, la gente del campo tiene otros móviles económicos, además de una valoración del hecho de producir alimentos. Hay otro tipo de economías y de culturas, incluso las culturas que han preservado los ecosistemas que hacen una economía para eso, para cuidar el ciclo de vida de los ecosistemas.

En la práctica, en nuestra economía diversa hay antecedentes de hacer economía para la vida, pero de modo subsumido, marginal, en condiciones de desventaja.  Lo que debería ocurrir ahora, frente a la crisis y a la búsqueda de otro paradigma, es que precisamente a partir de esas experiencias, se reconozca, se estimule y valorice ese tipo de economía.  Y bajo ese criterio de tomar decisiones económicas para cuidar todos los ciclos de vida hay muchas cosas que pueden cambiar; por ejemplo, decisiones sobre qué producir, las decisiones de política económica deberían atender a producir aquello que permita reproducir ciclos de vida y que no deprede.

Para la formación de precios, hace unas semanas, comentábamos sobre las experiencias de economía solidaria en Brasil.  Ya hay experiencias en que el precio no se fija en función de obtener la ganancia más alta posible, sino en función de permitir que el ciclo de la producción se vuelva a repetir; porque la noción capitalista de acumulación más extendida es esa: yo vendo ahora esto para ganar lo máximo posible. En ciertos mercados de la economía solidaria, se maneja más bien: un precio de 100 me puede permitir ahora tener 5 productos, la siguiente semana 10 productos y ser variable; pero lo que me va a permitir es tener esos productos siempre a mi alcance. Se entra a otra noción de la fijación de precios.

Quería proponerles esto, de mirar estos dos grandes elementos de la economía feminista, la economía ampliada y la economía para la vida, como ideas generales que nos pueden ayudar a repensar el cambio estructural. Y eso no implica solamente esa noción de más derechos o más recursos para las mujeres. Implica un cambio total de la economía, donde se va a hacer justicia económica para nosotras, porque la justicia económica es inviable para nosotras aquí y ahora en estas condiciones.Tenemos que cambiar las condiciones que generan la injusticia para hacer justicia.

.Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento: América Latina en Movimiento No 441
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